La agricultura y los derechos humanos en un mundo globalizado, tendencias y realidad

Vivimos en un mundo globalizado desde el punto de vista económico. Todo aquello con lo que se puede comerciar, se ha vuelto global. No es tan así con los derechos humanos.

Para los derechos humanos, parece que la globalización se le resiste. Podemos encontrar el último teléfono móvil que ha salido al mercado en posesión de cualquier ciudadano, de cualquier país del mundo (siempre que pueda pagarlo, claro), pero no hay manera de que ocurra lo mismo con los derechos humanos. La globalización no ha sido capaz de extenderlos por todo el mundo. En realidad, quienes mueven los hilos de la misma; gobiernos, multinacionales etc., no han querido porque no les  interesa, puesto que en muchos casos se dejaría de hacer negocio. Y parece ser que son antes los negocios que las personas.

A modo de ejemplo,  sólo tenemos que ver la venta de armas  de Occidente (cuna de la razón y de las libertades) a países que no respeten prácticamente ningún punto de la Declaración  Universal de los Derechos Humanos, para con esas mismas armas seguir conculcando dichos derechos de la manera más sangrienta posible. Y lo que es  todavía mucho peor; “en nombre de los Derechos Humanos”, intervenir en determinados conflictos larvados, de baja intensidad o de falta de libertades, para transformarlos en  feroces guerras abiertas, que podían haberse evitado mediante la diplomacia activa y así poder hacer negocio (armas, materias primas de todo tipo etc.) y geopolítica de interés particular,  bajo la “inapelable” excusa de los Derechos Humanos. Hipocresía pura y dura que cuesta muchas vidas inocentes.

En el campo de la agricultura, pasa algo similar; hemos pasado de 777 millones en 2015 a unos 821 en 2017   de personas (ciudadanos) que pasan hambre y padecen malnutrición, según datos de la FAO de 2018 a lo largo y ancho del mundo, incluido Occidente. Incumpliéndose de una forma clara el  Artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, apartado 1 ; “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por causas ajenas a su voluntad

  Y lo más vergonzoso del asunto,  es que esto está pasando en un mundo en el cual se producen alimentos para casi el doble de su población actual. Y  es particularmente reprobable en los países desarrollados, donde se desperdicia una gran cantidad de alimentos, que van directamente a la basura. Existe aquí una clara falta de cultura de responsabilidad individual del ciudadano  acerca de la racionalidad, eficiencia y optimización en cuanto al consumo de alimentos.

Los alimentos y en concreto la agricultura se ha globalizado de una forma absoluta. Los grandes fondos de capital mundial, han encontrado un negocio seguro y muy rentable. Encontramos en cualquier producto elaborado, componentes como por ejemplo aceites de coco, palma, girasol, soja, colza, almidones de maíz, harinas de cualquier cereal etc. No nos  paramos a pensar en qué condiciones se han producido, tanto a nivel de falta de control sobre pesticidas y fertilizantes,  así como de degradación medioambiental  etc., como de explotación de los trabajadores y campesinos (en numerosas ocasiones niños), que intervienen en su producción, en diferentes lugares de países subdesarrollados, llegando en muchos casos a regímenes de semiesclavitud y en múltiples  situaciones, en nuestro propio país con la población inmigrante, que trabaja como temporera en la recolección de frutas y hortalizas. En todos estos escenarios se incumple con el artículo 4 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas”.

De otra parte, nos  encontramos en la siguiente coyuntura a nivel mundial; precios de compra al agricultor /campesino o productor muy bajos, que en muchos casos no cubre los costes de producción  y por el contrario, precios en el mercado que pueden haberse multiplicado por diez para el consumidor final.  Estos elevados precios de los alimentos no  serían un grave problema (aparte de la brutal especulación por parte de los intermediarios y mercados de futuros, que se produce no sólo de los productos agrícolas, sino de la propia tierra, con compras masivas por parte de fondos de inversión, multinacionales y gobiernos de otros estados, en determinadas zonas de África y América del Sur, expulsando y marginando a la población nativa, además de una degradación medioambiental mayúscula, sírvase a modo de ejemplo la Amazonía) si el consumidor final tuviese un elevado poder de compra (un elevado poder adquisitivo, vamos). El problema reside que muchas veces, se da la paradoja de que esos mismos consumidores están situados en comunidades junto a  los lugares de producción y  en países con una renta por habitante muy baja, lo cual los hace prohibitivos par la mayor parte de su población, aun siendo estos estados grandes productores de alimentos a nivel mundial, condenan a un amplio número de habitantes de los mismos  a la malnutrición, o directamente al hambre.

Por otro lado existe una élite de consumidores globalizada, con el suficiente poder adquisitivo que reclama alimentos cada vez más distinguidos, tanto por su seguridad alimentaria (no transgénicos, con una trazabilidad clara, ecológicos o cuando menos libres de pesticidas) como por su exoticidad (sólo hay que ver la ingente cantidad de programas, chefs de comida molecular, influencers, boggers etc. que cada día nos explican un ingrediente/alimento nuevo para usar en la cocina. Llegando a un punto de colapso y saturación para cualquier persona corriente). Es esta élite la que se permite poder pagar excesos y excentricidades en cuanto a la alimentación y que además crea tendencias de cara al mercado global.

Es por ello, que en la actualidad, existe una tendencia en la sociedad, de una manera un tanto comercial, hacia lo “bío” y lo “ecológico” sin que se hagan ciertas reflexiones de determinados aspectos:

Hemos de pensar que una agricultura ecológica es en principio desde el punto de vista del rendimiento por cosecha, menos eficiente que una agricultura convencional o industrial. Esto supone que ocupa una superficie de tierra arable con un rendimiento menor que una misma superficie de agricultura convencional/industrial. Lo cual nos lleva a tener que plantearnos si podemos a nivel mundial prescindir de pesticidas, fertilizantes químicos, biotecnología transgénica, hidroponía y similares de una forma radical,  para que toda la producción sea ecológica.  Y si con esta, a todas luces, menor producción de alimentos, se es capaz de alimentar adecuadamente a una superpoblación, de unos 10.000 millones de seres humanos en un horizonte temporal muy próximo. La respuesta en principio parece decir que no.

Cierto es también que en la actualidad existe en el mundo una producción de alimentos más que suficiente para alimentar a los cerca de 8.000 millones de habitantes del planeta. Otra cosa muy distinta es la calidad, la distribución y el derroche de la misma.

La biotecnología aplicada en la agricultura, de una forma segura y con los controles pertinentes ayuda a conseguir plantas resistentes a plagas y enfermedades, así como sequías y otras inclemencias climáticas y además a incrementar los rendimientos con variedades más productivas. Pero, cuando se piensa en la mejora de la producción agraria de una forma general, se debe de pensar en un beneficio a largo plazo del bienestar de la población, y no  sólo en hacer negocio lucrativo con la misma, pues en este punto es donde el afán de ganar dinero puede generar tentaciones para que se intente pasar por alto algún control gubernamental de seguridad alimentaria.

Si dejamos aparte debates y disquisiciones,  que al final hasta pueden acabar en los tribunales de justicia, sobre la seguridad alimentaria de los alimentos transgénicos y de determinados productos fitosanitarios, (sobre los cuales hay  siempre que garantizar una trazabilidad y seguridad alimentaria exquisita), y se aplican criterios de racionalidad, gestión integrada de las explotaciones en cuanto al  uso de pesticidas , fertilizantes, rotación de cultivos, etc. ( control de insumos  y buenas  prácticas agrícolas en definitiva), y sobre todo se frena la feroz especulación por parte de los mercados para los alimentos básicos,  como  los cereales, fundamentales para la subsistencia de la población  en muchos países subdesarrollados y en vías de desarrollo, se puede conseguir una agricultura sana, sostenible y sobre todo suficiente para la más  que previsible superpoblación humana  a la que va a estar sometido nuestro planeta.

A su vez, esta nueva agricultura integrada, que ya se procura aplicar en la Unión Europea, (puesto que figura en varias directivas de la misma), puede ser complementada por los productos ecológicos de  cercanía y temporada, es decir por productos de agricultura periurbana (se producen a corta distancia de su consumo) y además son de temporada. De esta forma se consigue mitigar en cierta medida el cambio climático, al no generarse emisiones por su transporte, ni tampoco por su almacenaje y conservación. En definitiva, tender a una agricultura libre de fitosanitarios y fertilizantes químicos, con variedades locales (libres lo máximo posible de ingeniería biotecnológica) y de venta local. Una agricultura de quilómetro cero. Esto pone, cuando menos  en cuestión, el consumo, a modo  de ejemplo, de bananas ecológicas del trópico en nuestro país, pues aunque sean de producción ecológica certificada, sólo el transporte, almacenamiento y distribución genera un importante efecto favorable al calentamiento global, independientemente de su producción ecológica.

Resumiendo,  debemos avanzar hacia una agricultura más justa y más respetuosa con el medio ambiente, pues el ello va el futuro de la humanidad,  sin perder de vista el horizonte de que la alimentación no es un bien con el que especular y explotar laboralmente a  las personas, sino un derecho, quizá el más básico, de todo ser humano y es por ello que gobiernos y organizaciones a nivel mundial deben de garantizar de una forma clara  una alimentación sana, así como una dieta equilibrada y suficiente para toda la población mundial, sin renunciar por ello a mitigar el cambio climático ni a ningún estándar de calidad de la misma.

Recordar también, que es responsabilidad de cada uno de nosotros como ciudadanos y consumidores, que cada vez que compramos un alimento, estamos decidiendo  si queremos o no, que en un determinado lugar, un ser humano, con nombre y rostro, pase hambre o sea explotado laboralmente, así como contribuir a la degradación medioambiental y cambio climático. Alguien dijo alguna vez, que en realidad no votamos cada cuatro años, sino que cada día, con cada palabra, con cada acción, con cada gesto, podemos hacerlo también. Hagámoslo con la alimentación, votemos todos los días solidaridad con los más débiles, solidaridad con el medio ambiente y si hacemos uso de la inteligencia, veremos que en realidad es solidaridad con nosotros mismos, votemos también no a la especulación de los alimentos y si a la seguridad alimentaria. Votemos comprando y consumiendo responsablemente todos los días.

He dicho.

A.U.

Profesor de Secundaria.

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