Tanto la Historia de España como la Historia Universal son una entonación de una serie de derrotas y victorias. Y porque hay victorias que son derrotas y derrotas que son victorias, inseparables, ambas naufragan poco a poco en el olvido colectivo. Porque la victoria franquista y la derrota de la Segunda República fueron un traspiés en la modernización de España.
Los grandes perdedores de la Historia de España han sido siempre los moderados, condenados al silencio y la marginación. España, tierra de absolutistas de todas las creencias, seres con un sólo oído, un sólo ojo y una sola razón; el moderado siempre ha sido reclutado por los perdedores. Así fueron Jovellanos y Pedro Olavide, los dos deseaban introducir sobre la solidez de la antigua monarquía la ilustración, la ciencia al servicio del progreso, de la riqueza y el bienestar. Les embriagaba la ciencia, la solución de los problemas económicos y sociales, la luz que emanaba de otras monarquías europeas. Pensaban que una nación que se ilustra podía hacer grandes reformas sin sangre, ambos encontraron la oposición de los tradicionalistas aun siendo monárquicos.
Luis Lucia Lucia en la Segunda República demuestra la inviabilidad en nuestro país de la democracia-cristiana. Mientras la democracia-cristiana y la socialdemocracia construyen gran parte de la Europa de la post-guerra, en España reciben el silencio y el olvido. La bipolarización de la España de 1936 se traduce en la existencia de un Frente Popular y un Frente Nacional, gran cantera de perdedores. Los hombres educados en los principios liberales y cosmopolitas, en una España donde sólo cabían los extremos, terminan exiliados o convertidos al tradicionalismo más extremo y ultracatólico.
Fernando de los Rios, Julián Besteiro, Juan Negrín ó Azaña creyeron en una España imposible. Los españoles de 1936 terminaron cumpliendo un destino funesto como actores de una tragedia griega. Fracaso de una sociedad. Guerra evitable donde la confrontación entre los que tiraban hacia atrás y los que tiraban hacia adelante nos metió en la barbarie. No fue una necesidad histórica ni un designio de Dios. Todos perdedores de la decencia, de la libertad, de la infancia y de la inocencia.
Sergio C. (13-03-2016)