Es tiempo de mujeres

Para Unir se necesita reflexionar, poner la vista en el pasado, para vivir el presente y construir el futuro. Del pasado, podríamos nombrar numerosos políticos y militares en la Historia de la Humanidad que, por sus ansias de poder, construyeron sociedades basadas en la fuerza y en el terror por encima de los Derechos Humanos.

Entre ellos, especial mención merece Adolfo Hitler dirigente del partido nacionalsocialista en los años 1939-1945 en Alemania que, con su política militar basada en el totalitarismo y la autocracia de ideología nazi apoyada por otros gobiernos de Europa, entre ellos España e Italia con los Generales Francisco Franco y Mussolini a la cabeza, llevaron la muerte y la destrucción a millones de hogares en Europa.  

En la extrema izquierda no exento de polémica tenemos a Joseph Stalin, gobernante de la URSS y del Partido Comunista desde 1920 hasta su muerte en 1953, que con su régimen totalitario conocido por “Estalinismo”, causó millones de víctimas, pasando a ser considerado un mito del socialismo internacional a estar incluido en la nómina de los dictadores irracionales del siglo XX.

Por su crueldad, también podríamos mencionar a Pol Pot, principal líder de los Jemeres Rojos desde la década de 1960 hasta su muerte en 1998, con su descabellado “modelo socialista agrario” basado en los ideales del  Maoísmo y  del Estalinismo, con una política caracterizada por la ruralización forzada de habitantes de núcleos urbanos;  torturas, ejecuciones masivas,  trabajos forzados generalizados y malnutrición, siendo el responsable del genocidio de millones de camboyanos.

La Historia, puede proporcionar múltiples ejemplos de violación de los Derechos Humanos, y de las consecuencias nefastas de dichas violaciones para la memoria colectiva de la Humanidad; sin embargo, por la invisibilidad que le caracteriza, es necesario apuntar   que las grandes damnificadas por el poder sin escrúpulos han sido siempre las mujeres. 

Las mujeres, por su constitución más débil en comparación con la del hombre, a lo largo de la historia, han sido el blanco fácil de las agresiones masculinas, y por su condición femenina, siempre han acusado el dolor con mayor intensidad que el hombre. Los seres humanos estamos conectados; mediante redes neuronales que trasmiten el sufrimiento ajeno, las empáticas “neuronas espejo” están hechas para desatar reacciones químicas vinculadas a la supervivencia de la especie; y la mujer, biológicamente dotada para procrear, acusa las amenazas a la integridad física y moral de cualquier ser humano, con mayor fuerza que el hombre por su especial conexión con su propia naturaleza.

Las tiranías no necesitan a un tirano; hallan también su expresión en forma de creencias o pensamientos. Las creencias despóticas y tiranas activan los mecanismos de la amígdala cerebral desproveyendo de ese modo de energía al área del Hipocampo, por la rapaz sustracción del cerebro reptiliano, impidiendo la reflexión y el pensamiento.  

La creencia machista de la supremacía de género es la principal tiranía a la que nos enfrentamos las mujeres. Los datos de su existencia y el yerro de no querer reconocerlo resultan alarmantes. En Argentina, uno de los países tradicionalmente más desarrollados del continente latinoamericano, para sorpresa de muchos, se han registrado en el año 2019, 250 femicidios. Según datos periodísticos, cada 32 horas una mujer argentina es víctima de violencia machista. El movimiento argentino “ni una menos” desde el año 2015, reivindica los Derechos Humanos de la mujer a la vida y a su libre determinación.

El odio y el resentimiento hacia el pensamiento de la mujer libre e independiente, que se empodera sobre su propio cuerpo, constituye la gran amenaza para el patriarcado machista, neoliberal y colonial; lo que halla su expresión en forma de asesinatos continuos, siendo el femicidio la forma más antigua de genocidio de la humanidad.  En Turquía en el año 2018, fueron asesinadas 440 mujeres. La escritora y columnista política turca, Ece Temelkuran exiliada en Croacia, denuncia el retroceso evidente de los Derechos Humanos en su país de origen por la política populista religiosa y de derechas del presidente Erdogan. En el continente africano, las torturas en el seno de la familia tienen nombre de mujer, y se manifiestan mediante ablaciones y violaciones continuas para garantizar la hipotética fidelidad y mansedumbre de la mujer hacia el hombre. No existen proyectos de Estado para las mujeres africanas, marginadas socialmente, y totalmente invisibles. En India una mujer fue quemada viva por un grupo de cinco hombres cuando iba a declarar contra su violador.

En España, según el Ministerio de la Presidencia y Relaciones con las Cortes e Igualdad, los asesinatos por violencia machista ascienden actualmente a 55 víctimas.  Es preciso señalar que los actos de genocidio femeninos se cometen en sociedades aparentemente “normales” con el objetivo espurio de garantizar la estructura patriarcal machista y misógina existente.

Los movimientos feministas “Me too” en el mundo entero, son protestas por el desequilibrio de poder. Evidentemente no se respeta a quien no se estima igual, y paradójicamente solo en un contexto en que las partes en conflicto se reconozcan como iguales tendrá lugar la convivencia pacífica de la sociedad.

Son pocas las soluciones que se pueden ofrecer cuando no se reconoce en el otro a un ser humano. La mujer ha sido demonizada a lo largo de la historia por sus ideas de independencia y por el sentimiento de posesión, que en ocasiones inspira en el varón.

Para que la sociedad cambie, los modelos educativos de enseñanza en el colegio y en el entorno familiar, deben basarse en la estricta igualdad y en formulas de respeto idéntico para hombres y mujeres. La violación de los Derechos Humanos acarrea involución, los daños integrados por las desgracias colectivas, proporcionan más violencia y agresión por la falta de seguridad y escasez de recursos. Para construir una sociedad pacífica y salvaguardar nuestro hábitat natural que, la egolatría del poder sin escrúpulos está destrozando, se debe tomar como estandarte el pensamiento feminista de igualdad entre hombres y mujeres. El desequilibrio de poder, perpetuado mediante estructuras sociales arcaicas, a fuerza de creencias obsoletas como la superioridad de una raza sobre otra, o la superioridad de un género sobre otro, crean desigualdades y conflictos, limitando de ese modo la construcción natural de la convivencia pacífica, que debería ser de interés prioritario a nivel mundial.

En el ámbito de relaciones entre hombres y mujeres, la intervención del Estado no se puede limitar a adaptar la normativa a la “nueva realidad social” porque ésta resulta cambiante. Para que exista convivencia pacífica, se requiere empoderar a la mujer para que quede nivelada, respetada y reconocida su autoridad en su cualidad matriarcal entiéndase por liderazgo en todos los ámbitos y en un entorno social paritario en que hombres y mujeres se reconozcan como iguales, y complementarios; pues el mundo, ya ha sido conquistado. 

Es tiempo de mujeres.

 Laura

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