01/06/2014 – El placer de hablar en público

El placer de hablar en público. 

Se suele decir que hablar en público es un arte. El ser capaz de hablar en público sin miedo  y   sin   temores   es   la   clave   para   poder   debatir,   convencer   y   persuadir.   En   muchas  universidades del mundo, una de las asignaturas obligatorias es la oratoria, hay debates de estudiantes y profesores de forma habitual, incluso agrupaciones de oratoria. 

Aquí en España, como en muchas otras cosas, vamos un poco más atrasados que el resto. 
En  los  últimos  tiempos  han  aparecido  seminarios,  congresos  e  incluso  me  atrevería  a  afirmar que algún gurú de la oratoria. En estas líneas no pretendo hacerles competencia, ni  presentar un estudio científico ni doctrinal sobre los principios básicos de la oratoria, pero  sí  dar  algunos  consejos  prácticos,  que  por  mi  experiencia  personal  y  profesional  he  ido  descubriendo con el tiempo. 

Algunas  ideas  previas.  Aunque  me  guardo  el mayor  secreto  de  la  oratoria  para  el  último  párrafo  de  este  trabajo,  podemos  empezar  por  el  punto  de  partida,  que  es  muy  simple: 
conocer de qué se va a hablar. Cuanto más conocimiento se tenga sobre el asunto a tratar,  o  del  tema  de  debate,  o  del  producto  a  presentar  al  cliente,  o  de  la  clase  magistral  a  impartir, mayor serán las posibilidades de terminar la sesión de una forma más que airosa. 
A mayor conocimiento, menos desasosiego. No falla. 

Una vez asentado este principio básico, podemos ir más allá: será muy importante preparar  la  sesión,  adaptándola  al  formato  elegido  (clase  en  la  universidad,  presentación  de  un  producto,  debate  televisado,  junta  general  de  propietarios  de  tu  bloque  de  pisos,  etc.). 
Deberemos  jugar  nuestras  cartas,  y  adaptar  nuestra  charla  al  público  tipo  de  la  sesión. 
Cuidaremos el lenguaje, y también lo adaptaremos, así como prepararemos los materiales  de apoyo con antelación y esmero. Dejar las fotocopias para la hora de antes, es un riesgo  innecesario. 

Mención especial merece el uso de presentaciones PowerPoint. Los mayores desastres de  comunicación  los  he  visto  usando  este  tipo  de  presentaciones.  Algunos  consejos  para  presentaciones  formales  serían:  a)  No  usar  transiciones  entre  página  y  página  (estrellas, efecto  persiana,  etc),  b)  Si  la  presentación  lleva  a  enlaces  de  vídeos,  asegurarse  con antelación que hay conexión a internet, c) no usar aplausos al final de la presentación, d) El
Powerpoint no es un libro, es un guión para que el auditorio pueda seguir la sesión, no para que lea, e) Mucha atención con los colores, tanto de la letra como del fondo, y f) Cuidemos  la  vista  de  los  asistentes  de  última  fila:  letras  grandes  y  claras.  En  todos  los  casos,  es  recomendable  llevar  la  presentación  guardada  en  diferentes  formatos  y  versiones  (2003, 2007,  Vista, etc) y en, al menos, dos soportes (pendrive, CD, etc). 

Una vez se tiene el discurso preparado, y el PowerPoint listo, yo soy de los que se ponen delante del espejo y hacen dos o tres simulacros. A ser posible en el baño, a mí me gusta  como reverbera mi voz en un espacio cerrado. No intentes grabarte con el móvil para luego  verte frente al ordenador hablando y dando la charla. Es un suicidio y no ayuda.  

Otra cuestión muy importante es ¿debo leer o debo memorizar lo que voy a decir? Como  en muchas cosas de la vida, la solución está en un  punto intermedio. Yo suelo imprimir lo  que voy a decir en letra muy grande, en Word, Times New Roman 18, o 20, divido muy bien el texto para no perderme, e intento memorizar las ideas principales. 

Llegado el día, es muy importante la puesta en escena. En la medida de lo posible, es muy importante  conocer  con  antelación  el  lugar  donde  se  va  a  hablar.    Llegar  con  el  tiempo suficiente  para  poder  airear  la  sala,  probar  los  micrófonos,  hacer  una  prueba  con  el PowerPoint y dejar todo listo, es vital.  

Y llega el momento crítico. ¿Es posible hablar sin nervios, sin temblor en la voz, sin sudor en las  manos?    Sí,  y  tengo  la  receta  infalible,  que  nunca  falla.  Siguiendo  los  consejos  que nombro  a  continuación,  puedo  garantizar  al  100%  que  los  nervios  son  desterrados  en menos de 20 segundos. 

Primero,  la  alimentación  es  clave.  Para  charlas  largas,  de  más  de  media  hora,  es  muy  importante  comer  los  alimentos  adecuados.  El  mejor  ingrediente  para  tener  gasolina  de  tres a cuatro horas sin sobresaltos es la patata. Un carbohidrato de consumo lento, ideal  para    que     nuestro     cuerpo     se    mantenga       en    una    posición     estable    de    energía. 

Afortunadamente podemos encontrar este ingrediente en cada uno de los bares de España. 

La clave número uno la tiene el pincho de tortilla. A evitar la bollería y dulces, pues provoca  una subida de energía rápida, pero corta en el tiempo, y a la media hora se produce una bajada considerable de concentración. 

Segundo, el agua. No es casualidad que todos los grandes oradores cuenten con un vaso de  agua al lado de sus papeles. Podemos pensar que es para aclarar la voz, pero no es así. Está  demostrado  científicamente  que  nuestro  cerebro  relaciona  de  una  forma  inequívoca  la ingesta de alimentos y bebidas con una situación de no-estrés, de no-peligro. Mencionar  aquí un experimento muy visual que se llevó a cabo en Estados Unidos hace unos años: se  colocaron  unas  cámaras  de  video  en  cada  una  de  las  filas  de  un  cine  en  el  que  se proyectaba una película de terror. Quedó demostrado en el 100% de los casos que cuando  subía  la  tensión  en  la  pantalla,  nadie  comía  palomitas  ni  bebía  refresco.  Todo  el  mundo quedaba paralizado. O algo más cercano: comiendo o cenando a solas en casa, escuchas un  ruido extraño en la habitación de al lado, y ¿qué haces? ¿Sigues comiendo? Beber agua es  un truco excepcional. El auditorio pensará que estás aclarando la voz cuando en realidad lo  que estás haciendo es tragarte los nervios.  

Tercero, la imaginación. Está también demostrado científicamente que el cerebro humano no  puede  sentir  dos  cosas  al  mismo  tiempo.  O  está  triste,  o  contento,  o  estresado,  o relajado,  pero  no  todo  a  la  vez.  Para  mí  el  truco  más  espectacular  para  parar  de  forma radical la aparición de nervios es visualizar en la mente un recuerdo o una imagen que nos  de tranquilidad y sosiego: unas vacaciones en la playa, el abrazo de un hijo, el gol de Nayim,  lo  que  nos  de  felicidad.  No  falla.  En  el  caso  de  que  nos  encontremos  ante  un  día  poco imaginativo,  hay  un  “plan  b”,  que  es  decirnos  a  nosotros  mismos  lo  siguiente:  “tengo nervios porque soy humano, y me maravillo de cómo me sudan las manos, me tiembla la  voz, hormiguillas en la tripa… Qué maravilla es el cuerpo humano”. Al tener consciencia de  los  nervios,  y  de  como  el  cuerpo  humano  se  prepara  para  una  situación  de  estrés,  se  consigue el efecto contrario, y retomamos el control.  

Cuarto y último, la respiración. Antes de empezar a hablar, con la escusa de acomodarse  en  el  asiento,  es  recomendable  llenar  los  pulmones  lentamente  dos  o  tres  veces  para  oxigenar nuestro cuerpo y conseguir tranquilidad interna.  

Estos cuatro puntos son infalibles.  

He dejado para el final el gran secreto de la oratoria.  

Podrás ser el mejor orador del mundo, tener un timbre de voz precioso, tratar de los temas  más apasionantes del momento, haber preparado el mejor Powerpoint, pero si no respetas  lo  más  valioso  que  tienen  las  personas  que  han  venido  a  escucharte,  todo  lo  demás  quedará en el olvido. El gran secreto no es nada más ni nada menos que el tiempo.  

Lo  más  importante  de  una  charla,  discurso,  mitin,  clase,  o  similar,  es  el  tiempo.  Si  el auditorio sabe que el tiempo reservado para la sesión es de una hora, es una hora. Le da  igual  que  la  persona  que  te  ha  introducido  haya  excedido  su  tiempo  repasando  lo  importante que es tu carrera profesional y adulándote en demasía. Una hora es una hora. 

Es  un  crimen  excederte  del  tiempo,  con  muletillas  reiteradas  del  tipo  “y  con  esto  ya termino, ya acabo”, o decir continuamente, “y por último, y por último…”. Una hora, es una  hora. Es más, si son cincuenta y ocho minutos, mejor.  

No podría terminar sin antes decir que igual o más que hablar es importante escuchar. Y  aunque en una sesión o charla el orador pueda pensar que no es momento de escuchar,  también puede hacerlo fijándose en las caras de su  auditorio, en sus gestos, sus risas, sus rostros, e interpretar qué es lo que quieren o hacia donde quieren que dirijas tus palabras. 

Se  suele  decir  que  hablar  en  público  es  un  arte.  Para  mi,  un  placer.  Espero  que  estos consejos sean de ayuda y todo el mundo pueda disfrutar y exponer sus ideas en público de  la manera más placentera y relajada posible.  

F. L. Y. 

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