¿Somos víctimas del estímulo?
Con el paso de los años, la vida nos da esa perspectiva que el día a día nos esconde. Las generaciones se van sucediendo, la sociedad va evolucionando y nuestra forma de vida también.
Antes, los niños sabían dónde y cuando debían acudir cuando salían a divertirse, no necesitaban la actual hiperconexión, tampoco contaban con ningún aparato de última tecnología para saciar su sed de diversión. Existía una pluralidad de intereses entre los jóvenes, tenían inquietudes diferentes, pero eran conscientes de que había que dejar a parte los egoísmos personales para el beneficio del grupo entero. La creatividad era la única herramienta.
Los adolescentes de hoy en día, en su mayoría, no parecen tener actitudes hacia la vida, parecen acostumbrados a que sus deseos se sacien inmediatamente, sin ningún esfuerzo, a cambio de nada. Nada tiene valor porque nada nos cuesta conseguirlo, esto hace que los valores morales también sean efímeros. No ponen rumbo a su vida, sino que la sociedad y en la mayoría de casos las influencias de los medios de comunicación y los mercados, les dicen lo que tienen que pensar, lo que necesitan y hasta en qué momentos deben ser felices y en cuales no.
No son conscientes de que la felicidad, como algo intangible que es, requiere dedicación y constancia, es algo que sólo se encuentra al buscarla, no es una meta definida a la que simplemente se llega siguiendo un camino determinado, es algo que sólo se encuentra al buscarlo, si dejamos de buscar la felicidad la perderemos, o en el caso de no tenerla nunca la alcanzaremos.
Hemos perdido esa diversidad que tenía el hombre, esa pluralidad de formas y modos de vida. Hoy en día hemos cambiado los valores del esfuerzo, la constancia, el trabajo bien hecho, la honradez y la solidaridad, por un egoísmo supremo en el que los intereses del individuo siempre están por encima de todo, en el que nuestros deseos se tienen que conseguir en el preciso momento que los deseamos y con el menor esfuerzo posible. Vamos hacia una homogeneización cultural mundial, en la que el tener y el aparentar son los valores pilares de una sociedad que es conducida subliminalmente hacia una existencia consumista, sin valores morales, eternamente insatisfecha y generalmente infeliz, ¿qué fue del ser y el saber?
Como raza, hemos enterrado el instinto de supervivencia colectivo, eso que nos hizo evolucionar, ese conocimiento que obtuvimos al saber que dentro de un grupo, los problemas son más fácilmente abordables, que todos tenemos capacidades y aptitudes diferentes.
Podríamos pensar que el ser humano evoluciona hacia la destrucción de su entorno y de sí mismo, todo a costa de mantener su estado del bienestar, el cual no existe si no es a costa de oprimir, expoliar y/o esclavizar a pueblos mas pobres.
Nuestro sabio instinto nos hace saber que éstas injusticias no están bien, pero puede más nuestro egoísmo, que nos pone una venda en los ojos para que sólo percibamos los beneficios de éstos abusos, no su coste.
No todo está perdido, nunca será tarde para que mejoremos como especie, somos los dueños de nuestro planeta y responsables de la cultura y el entorno que dejaremos a las generaciones venideras. Hemos de elegir si queremos ser corderos que siguen la inercia de las masas sin preguntarnos nada o seremos personas realmente libres, que se cuestionen la idoneidad de sus elecciones y escojan la manera en la que edificarse como seres humanos, valorando el coste moral, social, humano y económico de nuestras decisiones para con los demás, podemos adquirir una conciencia social colectiva en la que todos cuidemos de todos.
Iker G. (23-2-2016)