El ser humano tiene un marcador esencial en sus decisiones: la conciencia: Mientras nuestra verdad sea compatible con los demás no habrá nada ni nadie que frene nuestro camino.
Cargado con este trasto de tres patas y un cajón lleno de recuerdos, inicio mi camino de Norte a Sur y de Este a Oeste, con la difícil tarea de sacar imágenes auténticas. No sólo de poderlas ver sino conseguir leer en sus gestos, miradas y poses, la realidad que de forma reiterada nos ocultan.
No piensen ustedes que soy un ingenuo. Cuento con que tendré que usar todas las habilidades que la experiencia de los años me ha dado para conseguir el fin que me he propuesto.
Estoy seguro de que tendré que recorrer un largo camino lleno de obstáculos. Para ello sacaré mi diario donde llevo tiempo anotando bondades y maldades de quienes quiero fotografiar.
Además, como siempre me he movido a pie de calle, son muchos los que me ayudarán a sostener el utensilio de tres patas. Tiene un diseño especial. Una de ellas se sostiene con vuestra realidad; la otra, con la de ellos, los que quiero fotografiar y que casi siempre es contraria; y la tercera pata por suerte está elevada y consigue lo auténtico, la foto real, la que interesa y que admiraremos sin necesidad de pagar entrada.
Para ello pondré mi cajón convertido en tarima de suficientes dimensiones donde quepamos todos. El público será lo de menos: Sus butacas están viejas y oxidadas. Pero no debemos olvidar que nuestro deseo es que la tarima tenga espacio suficiente para aquellos que no quieran ser absorbidos por el óxido de las butacas.
Aclarado mi objetivo, con una cierta pesadumbre por lo que me espera, he colgado sobre el tercer botón de mi chaqueta la etiqueta de fotógrafo. Sólo quiero que quien me vea sepa que soy transparente.
Aunque cansado de tanto ajetreo, por fin he llegado al lugar de mi trabajo. He decidido lanzar mi primera foto, con ella mi perplejidad y asombro estuvieron a punto de cambiar mi ingenuidad de aprendiz de fotógrafo.
Yo siempre tuve la ilusión, y la mantengo, de poder hacer un reportaje auténtico con entrada libre para ver de cerca esta exposición sin necesidad de anteojos. Esta foto retrata un complejo laberinto, parecido a las casetas de feria que montaban en las fiestas de antaño, con personajes moviéndose por todos los recovecos, haciéndose preguntas, buscando ponerse de acuerdo y encontrar una salida.
Las esquinas de las calles marcaban sus nombres con serigrafías como si fueran pegatinas de quitar y poner. Un murmullo reinante entre empujones producía un calor tan intenso que no había serigrafía que aguantase.
Algunos más avispados gritaban: “¡subastemos al mejor postor las papeletas!” Esto me recordaba a aquellas que nadie me compró en mi antiguo oficio de charlatán, comprendí que sus contenidos solo servían a intereses que para mí eran incomprensibles.
Tras horas y días interminables, sacando fotos de los recovecos de las calles, sujetando con las manos las serigrafías que se despegaban con el calor. Pendientes de éstas, se olvidaban del riesgo que corrían al estar subidos en una escalera para poder llegar a sujetarlas, con tanto subir y bajar peldaños se iba rompiendo.
De vez en cuando aparecía un personaje disfrazado que causaba un cierto temor, portaba una enorme sierra y pregonaba: “ o bajas de la escalera o corto los peldaños que te quedan”. Una actitud preocupante la de este personaje que quería quedarse con todos las serigrafías.
Cuando esto sucedía se avisaban unos a otros y gritaban: “¡cuidado que viene Cara Chiriguare!”. Al final, bajando de la escalera, optaron por reunirse en el único reservado existente, construido con un montón de serigrafías de las que se habían ido cayendo al suelo. Algunos decían que los reservados eran lo suyo; otros que eran muy diferentes y algunos otros que no sabían dónde estaba su asiento.
Por fin esta frase les dio la pista de cómo salir del laberinto sin ser perseguidos por Cara Chiriguare, personaje que tenía controladas las calles. Se dieron cuenta de algo sencillo: sólo había que seguir las calles que no tuvieran sillas y la salida estaba asegurada.
Al fin fuera de aquel lugar que valía más no recordar, tomaron oxígeno. Cada uno buscaba sentirse libre y en adelante tomar las decisiones lo más parecido a las serigrafías que habían tocado suelo.
Sin embargo, cada uno ronroneaba su propia letanía. Yo, desde mi inocencia, me preguntaba si este sonido sería por formación o deformación académica o no sería más bien porque no encuentran donde colocar sus serigrafías.
En un callejón medio oculto pude comprobar como aparecían sillas. De pronto, un sonido ensordecedor me silbaba por los lados. No me había enterado de la convocatoria. Los finalista recibirían según orden de llegada un tarjetón, una tarjeta o una de papel de estraza, en ellas ponía, según la calidad de la tarjeta, “recoja los sillones, tapizados de acuerdo a su color preferido”. En otras sillas de madera tapizada con escay a sabiendas que el sudor les haría de vez en cuando abandonar el asiento, los menos afortunados tendrían que aguantarse. A éstos, sólo les correspondía un minúsculo banco alargado con el agravante de la carcoma con peligro de romperse, y el pánico que cundía entre ellos algunos decían: “bueno es un banco y siempre se puede arreglar”.
Me di cuenta que en este último asiento estaba Cara Chiriguare. Lo complejo de este barullo es que Cara Chiriguare con un grupo que se creían bien organizados, eran los que habían colocado el reparto de los premios. Grave error el de éstos, organizando los asientos se les habían pasado el tiempo que marcaba la normativa.
Ahora que los veo a todos sentados, puedo sacar con garantía unas fotos que merecerán la pena contemplar. No obstante, tuve que sujetar con fuerza mi cámara. El lugar donde había situado las sillas parecía más bien un escenario con suelo de madera que crujía, dando la impresión de tener cierta antigüedad o tal vez llevaban demasiado tiempo actuando sin mover los pies de ese tablero.
Saqué las fotos. Estaban pegadas a mi corazón en el bolsillo de mi chaqueta. Lo cosí con liza para garantizar que llegará al lugar en el que esperaba que me autorizasen la exposición.
Empecé las gestiones y tenía la sensación de que más que favorecer la exposición, trataba de hacer desaparecer mi primer reportaje. Éste para mí era importante. Si no lo conseguía dejaría de ser fotógrafo.
Tomé la decisión salomónica. Saqué mi cajón de madera y con él armé una enorme tarima que coloqué en el mejor lugar, donde todos pudieran ver lo que allí había expuesto. Jamás pude imaginar que aquel reportaje tuviese tal aceptación. La gente que lo contemplaba lo fue difundiendo de Norte a Sur y de Este a Oeste.
Como podrán imaginar mi cajón no era ni más ni menos que un cúmulo de experiencias que bien ordenadas hizo posible ver con toda claridad lo que escondía cada una de las fotos. Por eso me decidí a hacer una pequeña presentación del reportaje, aunque con voz triste.
Nosotros, los que aquí estamos viendo la exposición, vestimos y tenemos fisonomías muy diferentes. Nuestros oficios son tan amplios que cubren todo lo necesario para asegurar una vida digna. Somos conscientes de que el mundo es uno, y en él tenemos que convivir en paz, respetarnos unos a otros, ser tolerantes ante las diferencias, garantizar lo que nos une por encima de otros intereses.
El mundo es tan amplio y suficiente que se pueden asegurar los alimentos, agua, cultura, salud, investigación, trabajo, justicia, orden para que todo funcione sin dañar a un contrario y, además, cada uno en su interior puede tener sus propios sentimientos de trascendencia. Por encima de todo, somos personas que reímos y lloramos. Lo más importante es poder vivir en un mundo donde prime por encima de cualquier otro interés ese encuentro con nuestro yo y nuestro contrario en lo que nos une como seres humanos.
Los aquí presentes firmamos el siguiente manifiesto:
Pedimos progreso a los ciudadanos que unidos podemos florecer como la rosa ser popular sin necesidad de ser diferente. La tierra es una y debe ser habitable. Recorramos juntos ese puente que se llama arco iris.
Jesús Aznar 13-6-2015