El progreso de la sociedad pasa por desarrollar la cultura democrática

Me atrevo a escribir esta Plancha tras unos días de sosiego en los que he podido reflexionar sobre cómo está evolucionando la sociedad en estos últimos tiempos.

En este sentido, me siento desconcertado y sinceramente, tengo miedo. Tengo miedo de que todo empeore, dado que a nivel general aprecio una degradación de los valores que defendemos desde la Masonería.

Ello motiva mi decisión de actuar, en un principio escribiendo la presente plancha y posteriormente, aceptando a colaborar en las líneas de trabajo que puedan establecerse al respecto en nuestra Logia.

No podemos conformarnos con ser unos meros opinadores. Debemos tener una actitud activa para construir una sociedad mejor, para consolidar una resistencia a la deriva de la sociedad, que se contraponga a planteamientos inadmisibles bajo mi punto de vista, tales como el dominio de la superficialidad, la banalización de las ideas, la pérdida de valor del concepto ”persona” a favor del concepto “consumidor”, la deshumanización de la sociedad, el exacerbado consumismo e insostenibilidad ambiental, la excesiva simplificación de la política, la pérdida de valor de la palabra dada, la manipulación mediática, el escaso valor al esfuerzo, la apología de la vida fácil, la indiferencia generalizada… todo ello motiva mi preocupación por el futuro.

Curiosamente predomina una falsa creencia de que nos encontramos en una sociedad avanzada, y digamos “casi inmejorable”; cuando al mismo tiempo observamos cotidianamente situaciones sociales y profesionales de “irresponsabilidad”, “falta de implicación”, “desánimo”, “dejadez”, etcétera.

En este sentido, no podemos dejarnos influenciar por eslóganes y frases sin contenido, en las que no importa la razón ni el bien común, ni siquiera el cumplimiento de la palabra dada. Tengo claro que no me voy a resignar a asumir un futuro sin esperanza y no me voy a permitir perder la capacidad de lucha por el desarrollo de una sociedad mejor. Cada día más, los medios de comunicación generan mucho ruido, forzando a que los ciudadanos tomemos posición sin la necesaria reflexión y sin el necesario diálogo para el acuerdo y la acción. Se está perdiendo el pluralismo por la simplificación de la identidad, sustentada cada vez más en un mayor individualismo social envuelto en un exceso de información y opinión que reduce la capacidad de reflexión y análisis.

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Desde mi perspectiva, en la actualidad, aprecio una politización excesiva de la sociedad en todas sus facetas, dirigida tanto por los medios de comunicación como por el exceso de personas con intereses políticos. Paradójicamente, aprecio al mismo tiempo que los ciudadanos manifiestan una gran desconfianza hacia la política y hacia los empleados públicos y en general hacia la maquinaria administrativa. En este sentido, podemos intuir la mala calidad de la cultura política y de la cultura administrativa de nuestras administraciones públicas. No se entiende a la Administración como lo que realmente es: el conjunto de organizaciones públicas que realizan la función administrativa y de gestión de los recursos públicos para satisfacer los intereses colectivos, y que están sujetos a las decisiones y directrices establecidas por el poder político (en teoría, “servidores públicos”).

Los políticos perciben a la Administración y a sus empleados como los “enemigos” que hay que superar para poder poner en marcha sus proyectos e intereses políticos. Su falta de aptitud para dirigir y gestionar los recursos públicos provoca que consuman su energía en mantenerse el máximo de tiempo en el cargo público. Para ello rehúyen tomar decisiones que hagan peligrar su permanencia en el cargo, lo que trae como consecuencia una nula planificación de mejora y progreso. Ni siquiera formulan planteamientos de modelos de gestión pública que prioricen las diversas situaciones y circunstancias en función de su eficacia y eficiencia. A su vez, su visión del ”rédito político” motiva que intenten controlar o condicionar todas aquellas iniciativas que pueden desequilibrar la balanza electoral, al tiempo que “descabezan» a aquellas personas que piensan que pueden hacerles sombra. Al tiempo que se protegen de las posibles responsabilidades que pudieran acarrear sus decisiones y controlan “su imagen” para evitar que les puedan saltar “bombas mediáticas”.

Desgraciadamente, no ejercen en la medida necesaria su papel de gestores y de liderazgo que requiere su papel como “servidores públicos”. Tampoco ejercen como responsables de los recursos públicos ni del personal de las Administraciones Públicas.

Curiosamente han conseguido implantar en nuestra sociedad una cultura de la indiferencia y de la ignorancia, del “miedo a significarse”, que motiva que los ciudadanos no les exijamos cuentas referentes a su gestión (salvo en todo caso, las de índole político). Al mismo tiempo han conseguido infestar con la política todos los ámbitos de la sociedad, buscando el clientelismo de los votantes.

Me sigue sorprendiendo la ausencia de regulación de la “irresponsabilidad”, tanto del conjunto de puestos directivos ocupados por funcionarios como de puestos del nivel político. Es evidente que la clase política no está interesada en regular esta materia ya que se siente muy cómoda ejerciendo una gran discrecionalidad política, con frecuencia negativa. Paralelamente entre los empleados públicos existe una cultura administrativa muy acomodada y con escasa tensión profesional.

Con gran frecuencia, los empleados públicos, además de su baja productividad, su resistencia a la innovación, su anquilosamiento procedimental, etc. presentan graves carencias con respecto a los valores vinculados a la acción pública.

Me sorprende la falta de liderazgo, de planificación y de innovación en la administración pública, incluso falta de motivación e indiferencia respecto a los resultados de la propia Administración Pública, más y cuando buena parte de la sociedad pretende ser de la “casta” funcionarial.

Igualmente me resulta curioso la insistencia en los medios de comunicación de noticias sobre corrupción política sin que se cite la corrupción o podredumbre de los funcionarios que deberían de haber velado por el cumplimiento de las leyes y evitar los múltiples, costosos e inútiles monumentos a la sinrazón que proliferaron en las etapas de abundancia, tales como algunos aeropuertos o el túnel de entrada de la A68 en Zaragoza.

Dado que es más que manifiesto que las sociedades avanzan bajo los ejes de razón, progreso, ciencia y trabajo, y que la Administración Pública es uno de los principales motores de la sociedad, es preciso replantear nuestras Administraciones Públicas en casi todas sus facetas, adaptándose a la realidad social actual, incorporando los avances tecnológicos en su gestión y evolucionando sus estructuras a las necesidades y retos existentes, orientados tanto en ofrecer los servicios públicos establecidos, como en desarrollar y mantener infraestructuras que favorezcan el progreso, al tiempo que posibilitan la “interoperabilidad social” con otros ámbitos administrativos territoriales.

Con ello no quiero decir que se tenga que destruir las administraciones públicas, sino que hemos de intentar que evolucionen de forma positiva, mejorando los servicios que ofrecen a los ciudadanos. Ello es posible aprovechando la normativa existente (que en algunos aspectos ni se aplica ni se quiere aplicar), y fomentando la innovación en la administración pública y para consolidar el sentido y función de la misma. Todo ello, desde los paradigmas de “bien público”, “sentido común”, “eficacia” y “eficiencia”, impulsando su desarrollo en todos los ámbitos ciudadanos, económico, técnico, científico… y por tanto, de progreso social.

En este sentido, existen diferentes líneas de actuación de gran interés, tales como constituyen la normativa sobre Administración Electrónica, de Transparencia, de Participación Ciudadana, etcétera… que no se van consolidando debido a la falta de interés por los cargos políticos que los deben de poner en marcha, la resistencia al cambio de los funcionarios y la indiferencia de los ciudadanos por las mismas.

Así mismo es importante impulsar herramientas para la evaluación de políticas públicas, que permitan conocer si la gestión de los recursos públicos y las inversiones realizadas han conseguido los objetivos planteados. Así, desde la experiencia y el análisis técnico, económico y ambiental de las decisiones e inversiones realizadas, podemos adquirir el conocimiento necesario para no repetir errores ni malgastar recursos públicos.

Ahondando en este sentido, la imposición de la principio de responsabilidad técnica y económica (no solo legal) en el ámbito político y funcionarial puede suponer un cambio de actitud y de perspectiva que beneficiará directa e indirectamente a toda la sociedad.

Hoy en día existen herramientas para su aplicación, pero la negativa coyuntura administrativa, la demora en la tramitación de este tipo de expedientes, los dilatados procesos judiciales, han motivado cierta desmotivación que ha provocado que se promuevan procedimientos de este tipo (más y cuando tienen que ser promovidos a instancia de parte).

Por otra parte, también existen cuestiones que es preciso plantear, analizar y desarrollar. Desgraciadamente no tratar los riesgos en el momento adecuado supone tener que afrontar los daños que ocasionen y no estar preparado para mitigar sus efectos. En este sentido ¿nos damos cuenta que las administraciones han perdido su soberanía por la deuda que han acumulado?, ¿nos damos cuenta que quien manda en el mundo son las corporaciones capitalistas y mercantilistas?, ¿nos damos cuenta que en algunos aspectos nuestros políticos sirven a “la voz de su amo”?

Es manifiesto que  desde la dimensión humana, nos encontramos en la Era de la Información, en la que entiendo que la transparencia, la participación y sobre todo, la confianza se han de revelar como nuevos factores básicos de nuestras Administraciones Públicas, y por extensión, de nuestra sociedad.

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Desde el planteamiento expuesto, estoy convencido que la Masonería tiene un papel de gran importancia que jugar en nuestra sociedad, más en un momento de cambio en el que los paradigmas sociales están variando muy rápidamente, en el que es importante que se busque el equilibrio entre los distintos poderes y fuerzas que mueven a las distintas sociedades en un mundo globalizado y motivan el desarrollo personal y humano de sus individuos.

En este sentido, al igual que ha sucedido en las Revoluciones Sociales habidas en los últimos 300 años, se ha de ejercer un papel de liderazgo intelectual desde la discreción, de motor de los cambios, de facilitador del desarrollo social y de garante que evite desvíos inadmisibles desde nuestra perspectiva e ideales (humanismo, tolerancia, empatía, cooperación…). Ello no considero que sea una tarea fácil, más y cuando exige unos cambios drásticos en todos nosotros, ya que nuestra sociedad no es la misma que teníamos hace unos escasos 10 años, y desgraciadamente, no tenemos noción de donde estaremos tras los siguientes 10 años, ni de las amenazas y riesgos a los que nos enfrentamos.

Por ello me gustaría plantear propuestas de acción, con objeto que puedan ser debatidas en nuestra Logia y permitan la mejora de nuestra sociedad, a través de nuestro trabajo discreto y significativo en pro de la evolución de las administraciones públicas a partir del ejercicio de los derechos que tenemos los ciudadanos para el acceso, control y seguimiento de nuestras administraciones públicas. Con ello no pretendo que se manifieste la mediocridad existente en muchas de ellas, sino fomentar en las mismas una tensión necesaria para que su gestión se base en el rigor, la eficacia y el respeto.

Hemos de ser conscientes que nos encontramos en una guerra no cruenta, en la que determinados grupos “no visibles” se están haciendo con el poder en nuestras sociedades democráticas y tolerantes. Al mismo tiempo, siembran a la sociedad de ignorancia, de indiferencia, al tiempo fomentan la aparición de políticos corruptos o de escasa capacidad para desempeñar cargos institucionales con el nivel requerido que provocan el hartazgo de los ciudadanos ante las instituciones públicas.

Al tiempo que siembran miedo y odio ante los “distintos” que les permite justificar lo injustificable, Que generan situaciones de inestabilidad para facilitar “su control” de la población y de los mercados.

Que gracias a su dominio de los medios tecnológicos nos tienen controlados a toda la población de una forma sutil pero eficaz.

Que su única ideología consiste en el beneficio económico, considerando las sociedades como piezas de un tablero en el que pelean por su control sin escrúpulos de ningún tipo.

Desgraciadamente la historia previa a la Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra Mundial nos demuestran los riesgos de no actuar a tiempo ante la sinrazón, la desidia y el hartazgo de los ciudadanos.

En esta guerra invisible y no cruenta que indico, entiendo que los masones tenemos una batalla que librar.

Hemos de cuidar por nuestras instituciones públicas para evitar que caigan en la ordinariez, para que destaquen los valores democráticos sobre la intransigencia y la indiferencia, para que se fomente la cultura de progreso y mejora en la sociedad desde el humanismo, y  ante todo, evitar que los “destruidores” se hagan con los poderes públicos para su beneficio.

Al mismo tiempo, Hemos de esforzarnos para que todos nosotros recuperemos la confianza en nosotros mismos y en nuestras instituciones, a partir de nuestra implicación y participación ciudadana en las actividades de seguimiento y control de la gestión de “lo público”.

De todas formas, siendo consciente de mi insignificancia como persona, como pueblo, como región o como país…. Yo no me rindo. 

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