No resulta fácil tratar de valores cuando la desestructuración de la humanidad está teniendo lugar a pasos acelerados. Quizás suene un poco catastrófico; pero lo cierto es que hay un malestar general, que atribuyo desde mi punto de vista a la cosificación de la persona y a todo lo que nos rodea.
Estamos asistiendo a la destrucción del medio ambiente y a nosotros mismos en función, de unas hipotéticas necesidades que no son reales, ni consustanciales a la verdadera naturaleza del ser humano.
De poco sirven las advertencias del calentamiento global y del efecto invernadero. Los seres humanos estamos tan sumergidos en la complejidad de la supervivencia creada, por la egolatría del poder al servicio de unos pocos, que la necesidad real de la persona de vivir en paz y armonía, con otros seres humanos y con la naturaleza, está siendo adulterada con otro tipo de necesidades ficticias, que fomentan los medios de comunicación y las redes sociales, con la finalidad al parecer, de crear en las mentes la necesidad de consumo deliberado de objetos innecesarios, y desorientación hacia lo que resulta verdaderamente importante, el SER.
En estos momentos, debido a la corrupción y a la necedad de los poderes públicos, que con la política están causando estragos y desigualdades, permitiendo que se beneficien unos en detrimento de otros, quizás sea necesario crear espacios, donde la persona pueda expresar sus inquietudes libremente, a fin de propiciar el cambio.
De la observación nace la unidad, el testigo silente aguza los sentidos y afina la perspectiva. Todos somos seres humanos. Es la humanidad intrínseca la que nos permite, comunicarnos, dialogar, observarnos, escucharnos, y por tanto, unirnos. Todos tenemos emociones, sentimientos y necesidades. Todos pedimos respeto al mundo, y en ese clamor, si no somos capaces de advertir los errores de nuestro propio comportamiento mediante una crítica constructiva, en un 2 incesante, “hombre, conócete a ti mismo”, poco podemos ayudar a los demás.
La vida no es blanca o negra, roja o azul. La vida está teñida por experiencias acontecimientos e intereses. Cada cual desempeña un rol que por regla general es temporal, con el que no se debe identificar o hacer uso inadecuado; pudiendo en el desarrollo de ese rol, interactuar con el otro o con el medio, propiciando de ese modo la evolución de la conciencia que sostiene a la especie humana.
Los cambios cualitativos graduales imperceptibles en un momento dado, en cada proceso particular, pueden llegar a provocar, cambios esenciales radicales en forma de salto cualitativo, de una vieja conciencia hacia una nueva.
La práctica, la propagación y la observancia de los valores de justicia, igualdad, respeto, transparencia, concordia, libertad, fraternidad, entre otros, y sin que el orden de los factores altere el producto, podrían dar lugar inequívocamente a que se manifieste el principio de UNIDAD inherente al ser humano.
Poner atención en dichos valores, podría conllevar a la mejora de las relaciones humanas, con otros seres y con la naturaleza, convirtiendo este mundo en un lugar mejor para vivir, y evitando de ese modo, el camino emprendido por quienes, abusando del poder, o de posiciones de fuerza, pretenden obtener privilegios, a costa de pasar por alto los derechos de los demás.
Zaragoza, 25 de octubre de 2017.