Sobre la IRRACIONALIDAD

Me resulta sorprendente constatar cómo hay personas que defienden ideas que carecen de evidencias y niegan otras que sí las poseen. A pesar de la sensación de cultura, de educación y de información que domina en nuestra sociedad, cada día proliferan nuevas teorías de la conspiración, al tiempo que se propagan noticias falsas aunque sean del todo inverosímiles.

Ello da pie a reflexionar sobre aquellos comportamientos que nos hacen dudar del grado de racionalidad de los seres humanos.

Evidentemente no entro a considerar los comportamientos de personas que padecen enfermedades o trastornos mentales, sino únicamente de personas que cabe considerar como «normales».

Por tanto, la pregunta que planteo es ¿Por qué la gente «normal» actúa a veces de una manera que podemos considerar como irracional?

Cuando consideramos irracionales las acciones y comentarios de otros, puede que realmente estemos considerando que los fines que persiguen los percibimos como absurdos.

En un principio podemos pensar que la  irracionalidad se debe a que los seres humanos no somos capaces de razonar debidamente en situaciones abstractas o imprevistas, en las que hay que buscar la razón entre una maraña de información heterogénea, noticias falsas y todo tipo de teorías sin fundamento promovidas determinados colectivos con intereses cuestionables.

Pienso que las dificultades para la razón surgen cuando rechazamos una secuencia de pensamiento porque nos conduce a conclusiones que no nos gustan, y por ello utilizamos la retórica para retorcer los argumentos y alcanzar la conclusión a la que pretendemos llegar, sin importarnos la objetividad y el rigor, dando por supuesto que estamos fallando en el razonamiento aunque no sepamos dónde.

Así mismo tendemos a apoyar los argumentos del grupo social con el que nos identificamos y de la misma forma nos oponemos a los propuestos por grupos distintos, sin realizar el necesario esfuerzo en analizar los argumentos esgrimidos por unos y otros desde el prisma de la razón.

Esta «ceguera de la razón» debida al miedo a sentirnos diferentes y que se nos rechace del grupo social en el que nos pensamos  integrados, produce actitudes irracionales, orientadas a reafirmar nuestro posicionamiento en el seno del grupo, y que en ocasiones conducen a posiciones extremistas.

Nuestras convicciones están conformadas por creencias, que provienen tanto de visiones contrastables de la realidad, como de relatos de “carácter mitológico”. A partir de ellas se conforman nuestra educación, nuestra cultura, nuestra religión y por lo tanto, nuestros valores. Todo ello constituye lo que podemos considerar como nuestra “identidad social” y nos permite consolidar vínculos de unión en el grupo y establecer esquemas de comportamiento basados en la ética y la moralidad.

Estos relatos «culturales» e «identitarios» se caracterizan por su fuerte emocionalidad y por mezclar frecuentemente medios y fines para transmitir información enfocada psicológicamente a la aprobación o desaprobación de la conducta, generando emociones de agrado o desagrado en nosotros. Cuántas cosas que somos nos han sido transmitidas por relatos contados en el seno familiar por nuestros padres y abuelos.

Somos sensibles a la opinión de aquellas personas que apreciamos, de modo que somos proclives a considerar verdadero o bueno aquello que nos transmiten como tal. De este modo, algunas informaciones adquieren para nosotros la consideración de veracidad objetiva aunque no sean contrastables.

De esta forma se produce un «cortocircuito de la razón» en la que por predisposición cultural o psicológica, no nos cuestionamos la información que nos llega, ni siquiera hacemos un esfuerzo para comprender las razones ni analizar las causas de la misma.

Lo peor de todo es que esta «pereza de la razón» y la «atracción» por ideas que consideramos propias de nuestro grupo, provoca una «sensación de verdad» que lleva a considerar como irracionales e indeseables a todos aquellos que no las comparten, o que son críticos con las mismas.

Esta situación es el caldo de cultivo que fomenta la polarización de la sociedad, y con ello, es el germen de conflictos internos y de violencia desde bandos que defienden posturas irreconciliables desde la emocionalidad.

Más allá de lo que cada uno pensemos, lo más importante es que podamos expresar nuestros pensamientos y debatir de manera libre y sin miedo. Necesitamos un lugar donde cada uno de pueda dudar, conversar, aprender, ir puliendo lo que piensa e ir evolucionando sus convicciones sin ningún temor.

Para mí la libertad de expresión no consiste en tener derecho de soltar barbaridades (ciertas o no), y tampoco consiste en poder insultar gratuitamente al que no piensa como yo. Libertad para mí es poder escuchar al otro, debatir con él si lo considero necesario o interesante, poder expresar mi opinión sin insultos y con respeto… Y con todo ello, poder construir mi opinión y mi pensamiento para poder tomar mis propias decisiones sin ser ni coaccionado ni manipulado.

Desgraciadamente, en nuestra sociedad actual hay poco espacio para el debate serio, veraz, riguroso y constructivo. Además de que el discurso informativo nos llega ya de una forma excesivamente simplificada, parcializada y polarizada, te ves obligado a tomar una posición, blanco o negro, y si no la tomas, se encargan de situarte según el gris que te quieran atribuir… y eso en ocasiones provoca la «censura de los discrepantes» y por lo tanto, tu silenciamiento.

En la actualidad, las redes sociales se están convirtiendo en instrumentos de comunicación en los que sólo tienen cabida puntos de vista parecidos, en las que si intentas expresar una opinión discrepante, sufres un linchamiento sin contemplaciones, orientado igualmente al silenciamiento por autocensura o al miedo a discrepar. Así los participantes en dichas redes sienten una falsa sensación de información y de comunicación en el que se olvidan en que no se encuentran representadas las diferentes posturas y opiniones… Nuevamente ello conduce a la polarización, a la manipulación y a la irracionalidad que supone el llegar a conclusiones inadecuadas al no haber considerado todos los aspectos necesarios.

Aunque hoy en día la mayor parte de las personas asumimos los avances de la ciencia desde una perspectiva realista y humanista, bien alejada de la mitología, a nivel individual cada vez resulta más difícil el diálogo y cada vez es más patente la polarización del pensamiento. Situación promovida por medios de comunicación cada vez más tendenciosos.

La pérdida de la capacidad de conversación, de diálogo, de contrastar ideas y de llegar a acuerdos, en la actualidad se manifiesta en fenómenos de tensión y de violencia cada vez más frecuentes e injustificados.

El miedo a la sensación de inseguridad motiva un aislamiento entre los individuos, que incluso optan por dejar de pensar por sí mismos, y dejarse llevar por las informaciones y manipulaciones emocionales de los medios de comunicación que siguen. Prefieren ser elementos de unas masas en las que otras personas piensan por ellos y no necesitan contrastar la información que reciben… Ello conlleva a que para conformar sus creencias pierden su componente racional y se quedan únicamente con su componente mitológico, siendo proclives a aceptar discursos alejados de la razón y del sentido común, y a adoptar posturas que cabría considerar como irracionales y peligrosas.

Cada vez más, percibo que existe y se acrecienta una cobardía de pensamiento. Parece como que si utilizasemos nuestras capacidades reflexivas para entender el mundo en el que vivimos, las conclusiones que obtuvieramos no nos gustarían y nos veríamos forzados a evolucionar, a adaptarnos a la realidad. Por no querer asumir el conocimiento, preferimos ponernos una venda en los ojos.

En lugar de ello, preferimos asumir los eslóganes que nos llegan idealizando nuestra realidad y ocultando los problemas y retos que deberíamos tener en cuenta para progresar como personas, como sociedad y como civilización.

Desgraciadamente, en la actualidad los científicos viven refugiados en la torre de marfil de la universidad, preocupados por la  relevancia de sus trabajos de investigación en un sistema endogámico angloparlante, que raramente trasciende a la sociedad y ni siquiera a su propia docencia. No percibo por ellos la menor intención de transmitir a la sociedad los valores científicos y de la búsqueda de la razón en base a la objetividad y el conocimiento de la realidad.

Por otra parte las instituciones públicas, dominadas por políticos situados en otra torre de marfil, igualmente alejados de la sociedad, con unos intereses marcadamente electoralistas, que desprecian a aquellas personas alejadas de su ideología, y ocultan todo aquello que consideran perjudicial para sus intereses partidistas, fomentan la crispación y la mediocridad social al reducir la posibilidad de debates rigurosos como medio para llegar a la razón, o al menos, para permitir que cada individuo pueda construir su propia opinión personal como ejercicio de su libertad.

Así mismo desde la ciudadanía tampoco se aprecian elementos contrarios a la irracionalidad y de fomento de la razón como referente. El miedo o la falta de esperanza en los resultados de la tolerancia y del diálogo atenaza a la sociedad. Desde la perspectiva que todo se mueve por intereses que no son nuestros, nos olvidamos que el progreso es responsabilidad de todos.

No podemos ser dependientes de quien no nos podamos fiar. Tampoco podemos intentar llegar a acuerdos con personas amorales, que no respetan las reglas o aquellas que utilizan la hipocresía para decir unas cosas y hacer otras.

La razón tiene poderosos enemigos, más aún cuando éstos temen que la verdad y la razón se muestren en contra de sus intereses y de sus ambiciones o les haga perder su estatus impostado.

Así mismo, la sinrazón tiene poderosos aliados, tales como la soledad y el miedo a enfrentarnos contra ella que tenemos los ciudadanos, conocedores de nuestra debilidad contra los poderosos.

Igualmente la situación actual no ayuda, sino que parece justificar la irracionalidad, desde un sistema educativo que no fomenta el pensamiento crítico sino el disciplinamiento memorístico y doctrinal, desde unos medios de comunicación orientados al servilismo y a la crispación para retener audiencia, desde unos intereses económicos en lo que priman los resultados sobre las personas, únicamente consideradas como consumidores compulsivos, unos intereses sociales que no facilitan la unión de los ciudadanos y promueven individuos vacíos de ciencia y de cultura… Y sobre todo, donde no intervenimos las personas que nos damos cuenta que la sociedad está cambiando, que está degradándose hacia ideologías autoritarias alejadas de las razones que sustentan los valores humanos y las bases culturales de libertad, igualdad y fraternidad.

La Ilustración fue capaz de crear instituciones y normas de funcionamiento que permitieron un uso riguroso de nuestra capacidad racional para investigar el mundo y para ordenar la vida social. Ello supuso un avance científico, cultural y social que nos permitió ser lo que somos en la sociedad occidental.

En este sentido, considero que para superar la irracionalidad que nos invade, es urgente poder “refundar” una nueva Ilustración del siglo XXI que permita construir una sociedad que sea más libre, más justa, más unida y más próspera. Es preciso reconstruir una cultura universal que posibilite el diálogo entre todos, el acuerdo, el conocimiento, el respeto a los derechos humanos y el progreso de la sociedad desde la base de la verdad, de la razón, de la ética y de la moral.

Hemos de luchar activamente contra la irracionalidad. Estamos a tiempo de construir un futuro mejor. Defendamos la Ilustración, promoviendo los valores universales y los derechos humanos como la base del cambio. Tenemos importantes herramientas para ello, tales como la razón, la conversación, la capacidad de llegar a acuerdos, la capacidad de unir lo diferente.

Quiero concluir resaltando que la mayor irracionalidad que existe en nuestro tiempo se corresponde con la de no tomar partido a favor de la verdad, de la razón, de la justicia, y por supuesto de la Libertad.

No hay actitud más irracional que la consistente en no hacer nada y esperar a que las circunstancias pasen y los fenómenos nos lleven a lugares inesperados.

Igualmente es irracional dejar las cosas sin finalizar, dejándonos vencer por el desánimo, o sintiéndonos abrumados e incapaces por las noticias “catastróficas” que nos llegan, o bien por la soledad que sentimos en el desarrollo de nuestras ideas y proyectos.

Es irracional pensar que no hay nada que hacer, que no merece la pena adaptarse a las nuevas realidades y permanecer anclados en el pasado…

Es irracional que se estén destruyendo y se hayan pervertido a nivel social conceptos tan importantes para unir y para el mantenimiento de valores como son los que corresponden a los términos de “Dios” y de “Patria” que permitían la “trascendencia” de los actos humanos … y que éstos no hayan sido sustituidos por otros capaces de generar un espíritu de unión para trabajar y esforzarnos por un mundo mejor como miembros que formamos parte de una sociedad, de una cultura, de una civilización, de un mundo.

Tenemos que cambiar nuestra mirada para comprender que a nuestro alrededor hay mucha gente buena, que somos capaces de hacer muchas cosas buenas, y que aún a pesar de que también existan personas capaces de destruir y de hacer mucho daño, somos capaces de construir puentes que unan, de establecer canales de comunicación y de acuerdos en base a la razón, la ciencia y los valores como vectores del progreso de nuestra sociedad.

Verdad, Razón, Justicia y Libertad

He dicho.

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