Propuestas para la mejora del contexto político desde la ciudadanía

Es más que manifiesto que nuestra sociedad está fracasando…. Lo vemos todos los días, muchas veces en los sitios menos esperados… todos lo sabemos…. no hacemos nada.

Es sorprendente cómo vemos que se van deteriorando las estructuras de nuestra sociedad… Nos quejamos de la educación pública, nos quejamos de la salud, nos quejamos de las pensiones, de nuestros sueldos, de la seguridad, de la inmigración, de la justicia, de los medios de comunicación… De alguna u otra forma todos estamos disconformes con la realidad y pensamos que las cosas pueden y deberían mejorar.

Pero al mismo tiempo, tenemos miedo de que las cosas cambien, como si todo cambio fuera negativo, y ello nos hace paralizarnos y no asumir el papel de “actores del cambio” que nos está asignado.

De alguna manera parece que si nos quedamos quietos, las cosas no cambian. Y eso no es así… Si nos quedamos quietos es posible (casi seguro) que las actuaciones y decisiones de otros nos arrastren hacia lugares que no queremos.

En este sentido, considero oportuno apelar al espíritu aristotélico de preguntarse la razón de las cosas que percibimos, el sentido de las mismas y sus interrelaciones con nosotros en el mundo que percibimos y sentimos.

Por ello he decidido reflexionar sobre temas que damos por sentados en nuestra sociedad y sobre los que cabría la posibilidad de mejorarlos. Construyamos y difundamos un mensaje positivo que favorezca la innovación y el progreso, que ponga límites a la injusticia y a la irracionalidad que percibimos en nuestra sociedad.

Por ello voy a trazar planchas que sirvan de germen para el diálogo y como herramienta para que entre todos podamos acordar un documento que sintetice nuestras opiniones y propuestas de acción para la mejora de la sociedad. Entre todos debemos resistirnos al fracaso de la sociedad.

Resulta evidente que cada vez profundizamos menos en los temas, estamos totalmente mediatizados por la imagen y por las noticias instantáneas, que casi caducan en el mismo instante de su difusión. Vamos perdiendo la capacidad de reflexión y de análisis. La sociedad está indignada y se respira crispación, desacuerdo, sinrazón,… cada vez presenta un mayor individualismo, una visión parcial de la sociedad, centrada exclusivamente en intereses propios de supervivencia.

Dado que cada vez resulta más frecuente escuchar en las noticias referentes a los movimientos de protesta o de reivindicación, frases del tipo “ni los políticos ni los sindicatos nos representan”, con las que incluso algunos de nosotros podríamos estar de acuerdo con ellas, he decidido que mis dos primeros temas a tratar en sendas planchas sean la política y las administraciones públicas, considerando que mejoras en las mismas influyen directamente en el progreso de la sociedad y que algunos cambios (implícitos o explícitos) motivan su deterioro.

Hablemos por tanto de la Política en nuestro país.

El estamento político actúa en los ámbitos legislativo y ejecutivo, por lo que ostenta el poder de decisión y de acción… e incluso en algunos casos se podría decir, el poder de opinión.

En España este poder está sometido a la soberanía del pueblo cada cuatro años, y se ha visibilizando un aumento de los puestos ocupados por políticos en detrimento de los técnicos, aunque en ocasiones no reúnan las cualidades precisas para desempeñar las funciones que les son encomendadas.

En el “imaginario” que les rodea, se atribuyen los roles de “Representantes de los ciudadanos” y de “Servidores públicos”, tomando como referencia otros sistemas democráticos que no se corresponden con la percepción de la realidad a este respecto.

La estructura de Gobierno en España se ha constituido en base a tres ámbitos de autogobierno (el Estatal, el autonómico y el local) basados en los principios de autogobierno y división territorial recogidos en la Constitución. Para poder desempeñar los puestos de gobierno en todos los niveles “es preciso” ser elegido a través de unas elecciones democráticas formadas por listas cerradas presentadas por partidos políticos (también para ser representados en el Parlamento Europeo).

En este sentido, nuestro sistema “Partidocracial” presenta “oportunidades de mejora” bastante manifiestas. Es sorprendente cómo la “disciplina del partido” ejerce un poder oculto que maneja las decisiones y hechos de los políticos, sin que los ciudadanos conozcamos realmente qué es lo que pasa y a qué intereses defienden o apoyan.

En ocasiones se entiende que la capacidad de maniobra y de decisión de los políticos en países como el nuestro es escasa, dada la influencia de las decisiones de los países poderosos en un mundo globalizado y de los “mercados” en un sistema económico internacional “hipercapitalista” y “cortoplacista”.

Es posible que, dadas las deudas y los créditos que asumen los partidos políticos, éstos no sean realmente libres de realizar las políticas que consideren en base a su ideología y que deban de someterse al poder financiero en una lucha por su supervivencia económica.

De forma análoga, la política ha propiciado el establecimiento de un sistema clientelar basado en ganarse el favor de los ciudadanos a partir de atender parcialmente algunas peticiones/reivindicaciones de los ciudadanos, favorecer a sus intereses propios y a los grupos estratégicos de votantes (en detrimento de otros sectores de la sociedad), así como alentando el miedo al cambio.

Paralelamente han conseguido acallar las críticas y presiones de distintos grupos de opinión (sindicatos, ecologistas, etc) mediante el establecimiento de un sistema de subvenciones discrecionales y un control de los medios de comunicación y de los grupos de presión.

Con ello se manifiesta que su principal objetivo es permanecer en el poder, más que en fomentar el desarrollo y progreso de la sociedad.

Es patente que la manipulación ha conseguido el poder de forma que todos nos conformamos con lo que tenemos y añoramos aquello que perdimos. Los liderazgos en los ámbitos de poder son cainitas, y su principal función es reducir las posibilidades de otras personas de progresar y de hacerles sombra… y para ello lo mejor es fomentar la individualidad, favorecer el conflicto y reducir la capacidad de progreso del talento.

Desgraciadamente el estamento político se ha cubierto con una serie de privilegios, inmunidades y de estructuras normativas que dificultan cualquier innovación y mejora al respecto, dado que en todo caso hace primar el “Interés particular” sobre el “Beneficio a la sociedad”.

Para ello ha propagado una serie de “falsas verdades” asumidas por la sociedad en base a la manipulación de los medios de comunicación que son controlados o dirigidos desde los distintos poderes fácticos.

La impunidad y la irresponsabilidad de los cargos políticos a producido la ascendencia en el ámbito político de muchas personas con gran ambición personal, escasos escrúpulos y escasa vocación de servidores públicos.

A veces yo mismo me cuestiono si la política ha dejado de ser una actividad de “gestión de lo público” y de “servicio a lo público” para convertirse en una actividad meramente “extractiva de lo público”, interesada principalmente en conservar el poder en sus distintos ámbitos.

Estoy convencido que existen grandes políticos, carismáticos, con vocación de servicio público y que todas las horas del día pelean por mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos y del progreso de la sociedad en general.

Hecho de menos la desaparición del término “estadista” para referirse a aquellos políticos con visión de estado y carisma basado en su capacidad intelectual, en su capacidad de diálogo, de negociación y en su honradez para dirigir los pasos de un estado a los objetivos planteados.

Por contra, hoy en día ya vemos como normal lo intolerable, tal como que muchos políticos mientan, que prometan cosas que no pueden cumplir, que sus mensajes carezcan de contenido, que no ejerzan adecuadamente sus cargos, que adopten decisiones tendenciosas e incluso gravosas e inadecuadas para la sociedad… Incluso que tras su vida política obtengan interesantes puestos de trabajo o cargos en empresas privadas.

Al mismo tiempo apreciamos una paralización de iniciativas y de liderazgo, en definitiva, de innovación social, motivada por la falta de atracción del talento hacia el mundo político, dados sus constantes movimientos fratricidas motivados por la lucha por los cargos y puestos de poder, una “profesionalización” excesiva de las personas dedicadas a la política y unas más que patentes resistencias al cambio por parte de los poderes fácticos.

Paradójicamente al hecho de la profesionalización de la política, se manifiesta paulatinamente un menor nivel político y personal de las personas que se integran en puestos de responsabilidad de los partidos políticos y que se propugnan y son elevados a cargos de responsabilidad para los que no están preparados, dado que su principal virtud es la “obediencia” y no los “hechos para construir una sociedad mejor”, o su “capacidad de llegar a acuerdos y gestionar la cosa pública”.

Todo ello alcanza un mayor énfasis negativo cuando los políticos asumen el control de las administraciones públicas, forzando una excesiva politización de puestos de responsabilidad o incluso de tareas de gestión administrativa que en un principio debería pensar que son más apropiadas para puestos técnicos o especializados.

Antecedentes. Situación de la sociedad actual.

En los sistemas democráticos tradicionalmente se han establecido obstáculos en oposición o restringiendo las libertades políticas, desviando las posibilidades democráticas y desvirtuando las responsabilidades políticas para desembocar en el actual Estado de partidos. Existe la necesidad de responder a la necesidad de una teoría de la democracia como alternativa real al corrompido régimen de partidos que fue engendrado por el pragmatismo occidental de la guerra fría.

Hemos de considerar que quizás en este momento, se estén repitiendo escenarios históricos en los que el miedo causado por una situación social de incertidumbre, agudiza el avanzance de los populismos de derecha, aumentan los casos de depresión y se experimenta el capitalismo como una coyuntura crítica.

Vemos peligrar nuestro futuro y nos vemos inmersos en un mundo en el que no nos sentimos resguardados ni representados.

Pero no se trata solo del miedo a una sociedad que –entre otros motivos por el capitalismo desbordado y los imparables flujos migratorios– se nos va volviendo extraña y en la que cada vez nos cuesta más reconocernos, sino también del miedo a las posibilidades y los riesgos de la evolución o involución de la sociedad hacia escenarios indeseados o no previstos.

Ello supone una sociedad marcada por una amargura, por una rabia contenida en la que prevalece el individualismo motivado por la desesperanza en alcanzar mejoras sociales. Una sociedad fácilmente influenciable y manipulable, con escasa capacidad de lucha social, de contraposición de la razón sobre la realidad de intereses oscuros,… en la que la ambición de los poderosos puede aumentar sin control y con total impunidad.

Me da la sensación de que estamos entrando en momentos históricos de crisis sociales, de cambios de gran envergadura en las estructuras de poder, cada vez menos asociadas a países y dominadas cada vez más por el poder económico de las corporaciones multinacionales, en la que los individuos somos tratados como consumidores y no como ciudadanos.

Para comprobar esta situación basta con analizar cómo se están manifestando impúdicamente, descaradamente y desvergonzadamente en el ámbito político a todos los niveles las diez reglas de manipulación social mediática o cómo van apareciendo sutilmente información sobre el uso de las redes sociales como herramientas de influencia y manipulación de la opinión y de la sociedad, incluso en procesos electorales.

Situación de la política actual

Las democracias occidentales se construyeron en el siglo XVIII sobre un equilibrio inédito entre la defensa de las libertades individuales, la democracia política y la creación de las economías de mercado. Un círculo virtuoso permitió que se reconociesen las libertades individuales, que se desarrollasen el progreso social y que las clases medias tuviesen expectativas de progreso.

Desde el final de la “época dorada” del capitalismo, se ha instalado la duda. Los modelos sociales más desarrollados lo han experimentado cruelmente. Cuando observamos el mundo hoy en día, apreciamos el auge de democracias no liberales y de los extremismos en Europa, el resurgimiento de ideologías autoritarias que cuestionan la vitalidad democrática. Las crisis y los disturbios se multiplican, y las desigualdades se agravan en todo el mundo causadas por el nuevo orden mundial.

Sorprende observar que la mayoría de los sistemas implantados en los sistemas democráticos se encuentran con problemáticas semejantes en cuanto a la opinión respecto a sus políticos, aún cuando sus puntos de partida difieren ostensiblemente e ideológicamente al basarse bien en la ideología católica o bien en la luterana, e incluso en otras culturas muy distantes.

Igualmente sorprende constatar que las normas y reglas que disponemos en nuestro estado de derecho para controlar el ejercicio del poder no son malas (aunque mejorables en algunos aspectos). Realmente el problema está en que éstas directamente no se aplican o bien son asignados tan escasos recursos para su seguimiento y control que las hacen inoperativas, o bien generan procesos administrativos que se demoran en el tiempo hasta su ineficacia… Desafortunadamente las mentiras y la manipulación a la que estamos sometidos los ciudadanos a nivel global nos ha hecho olvidar que todos tenemos un importante papel que jugar para respetar y hacer respetar las reglas de juego (legislación) que nos hemos dado, y mucho más a nuestros dirigentes.

La evolución de las instituciones públicas en nuestro país ha dado lugar a una estructura de puestos políticos que se extiende como una maraña en prácticamente todos los ámbitos de nuestra sociedad.

En la actualidad podemos apreciar una “caterva” de “ilustres ignorantes” que copan puestos decisorios y de gran influencia para el progreso de la sociedad que no cuentan siquiera con objetivos para su gestión, y mucho menos un plan para conseguirlos, ni con unos indicadores objetivos que acrediten los avances conseguidos con su gestión. Parece que consideran que la actividad política se centra exclusivamente en el reparto de los recursos públicos y en aparecer en los medios de comunicación, olvidándose de uno de sus principales cometidos: La gestión para el progreso.

Se ha producido una paradoja en la que los políticos, atraídos por las “ansias de poder” han asumido prácticamente todos los puestos y cargos de decisión y por tanto de responsabilidad. Han sustituido puestos técnicos ejecutivos por puestos políticos… y ello también ha supuesto unas serie de consecuencias indeseadas, acrecentadas por la sensación de irresponsabilidad y de inmunidad de la que han conseguido rodearse los cargos políticos.

Esta politización excesiva, unido al nivel de mediocridad y ambiciones que se respira en algunos partidos políticos haya desencadenado “guerras internas” que han alejado o destruido el talento de los partidos políticos. Ello supone que no tengan “banquillo suficiente”, ofreciendo por ello puestos de responsabilidad a militantes que no reúnen las suficientes capacidades ejecutivas, incluso si éstos manifiestan su incompetencia, no tienen con quien sustituirlos.

En la “nueva política” hay abundancia de personas que no están preparadas para ejercer de políticos, ya que un político se ha de destacar (bajo mi punto de vista), por dominar la capacidad de diálogo, para la confrontación de ideas, para la negociación, para el entendimiento, para llegar a acuerdos necesarios en el ejercicio de estos puestos de responsabilidad. Y evidentemente, tras ello, y bien asesorado, para tomar decisiones.

En los políticos actuales predominan tendencias “destructivas” en relación a lo que han hecho los anteriores responsables. Es como si al montarse en un tren en marcha, su principal interés fuera destruir la máquina de tren porque otros pudieran llevarse parte del mérito en lugar de reorientar la dirección del tren hacia sus objetivos propios. Con lo cual estamos condenados a un eterno empezar.

La pelea política se ha trasladado en los medios al universo de las “emociones” y se han olvidado de la “razón”. Se ha olvidado dar sensación de “Sentido de Estado”, de construir una sociedad mejor, de generar un modelo de país de futuro, de progreso. Me resulta muy desagradable buscar y no encontrar análisis de la situación actual y de las líneas maestras que se proponen para salir de la crisis que estamos sufriendo en temas concretos (educación, salud, renta básica, igualdad, pensiones, etc).

Es sorprendente comprobar en los debates que los políticos cada vez se escuchan menos. No están preocupados en realizar un diálogo constructivo, sino únicamente en la imagen que darán ante los medios de comunicación.

Si consultamos las páginas web de los partidos políticos vemos que están llenas de grandes palabras, de grandes ideas muy respetables. De alguna forma, sorprende el gran contraste que existe en estos documentos con los propios hechos y realidades de todos los partidos que conozco. Así mismo, sorprende como intentan entre todos “fagocitar” todas las palabras e ideas sociales e intentando hacernos creer que en las sociedades sólo existe la política como elemento de expresión de ideales.

Cada vez más, percibo una sensación de que vamos sin rumbo (considerando la actividad y manifestaciones de todos los partidos políticos). El espectáculo anual de los presupuestos me resulta cada vez menos soportable conceptualmente, dado que se obvian los aspectos importantes en los que se deberían de centrar los políticos, que consiste en definir un modelo de País/Comunidad Autónoma/Municipio y marcar los pasos precisos para su consecución a través de una planificación estable (al menos durante el periodo de gobierno) adecuadamente acordada o asumida por todos.

Por una parte, los datos de partida de los presupuestos son falsos un año tras otro, sin que nadie diga nada…. (estoy seguro que nadie se cree la estimación de ingresos). Además, parece que a nadie le importan los incumplimientos de las partidas consignadas en los presupuestos y lo consideran un mal menor (¿Como los propios políticos van a admitir su propia incapacidad para gestionar las partidas de inversión? ¿Qué más dá, si son impunes a las mentiras y al fracaso de la sociedad?).

Parece que estos presupuestos se han centrado en ver cómo repartir el dinero disponible entre los grupos “de presión” y “de interés”, dando una sensación de estabilidad hacia los organismos europeos o internacionales que “nos controlan”. De esta forma, el trámite de aprobación de los presupuestos se ha convertido para los ciudadanos un “espectáculo” en el que vemos cada año “que migajas nos tocan”. Hay que reconocer que éstos han pasado de ser el principal instrumento de gestión de las Administraciones Públicas a convertirse en meras herramientas destinadas a promover el clientelismo político y la utilización “torticera” de la gestión pública favoreciendo distintos intereses políticos. De esta forma, en lugar de robustecer un modelo de Estado “de progreso”, lo que buscan es un modelo más próximo al de “supervivencia”. ¡Ellos mismos califican los presupuestos de determinados años como “Electorales”!

Las distintas experiencias para resolver o minimizar las oligarquías de los partidos políticos en los distintos países pueden ser utilizadas como referentes a la hora de proponer estándares y normas de buen gobierno, gobernanza, “compliance”, transparencia política, gobierno abierto, rendición de cuentas, evaluación de políticas públicas, etcétera. Permiten obtener una aproximación a las pautas que se podrían seguir para fomentar el progreso de nuestra sociedad a través de la mejora de las condiciones políticas.

Así mismo, las experiencias de gestión empresarial aplicadas a administraciones y corporaciones públicas permiten conocer herramientas cuya aplicación puede ser de gran interés para la gestión de recursos públicos que es llevada a cabo por políticos.

Aunque no existe ninguna fórmula magistral, ni hay garantía que las soluciones que han funcionado en unas sociedades tengan éxito en otras. (Más bien al contrario, tengo la certeza que cualquier solución es preciso adaptarla a la realidad de la sociedad). Siempre es preciso disponer de recomendaciones y consejos orientados a obtener el máximo éxito posible en las políticas públicas que se planteen, y al mismo tiempo, reducir y minimizar la probabilidad de fracaso de las mismas.

Por tanto, es preciso buscar una salida al círculo vicioso de poder en el que estamos inmersos si realmente buscamos un futuro de progreso basado en los principios de la razón, la tolerancia y del sentido humanista de la sociedad.

Por todo lo expuesto hasta el momento, con el convencimiento que los Masones no podemos quedarnos de brazos cruzados, sin ni siquiera reaccionar ante el espectáculo del progresivo fracaso irreversible de nuestra sociedad y de nuestros ideales, he tenido la “osadía” de preparar para su debate y perfeccionamiento, el presente

BORRADOR CON PROPUESTAS PARA LA MEJORA DEL CONTEXTO POLÍTICO DESDE LA CIUDADANÍA

Busquemos propuestas de mejora para mejorar el ambiente político, iniciativas de progreso de la sociedad. Herramientas que permitan construir un futuro mejor.

En este sentido, se puede establecer por parte de los ciudadanos el control de la actividad de gobierno y de gestión de la administración pública, sin requerir con ello el bloqueo o disminución de la intensidad de la vida política o de la actividad de la administración pública. Los ciudadanos debemos de ejercer un papel activo en política continuamente, y no sólo cada cuatro años. No sólo hemos de decir, sino que debemos ejercer el principio de “soberanía popular” con las herramientas y medios que la tecnología pone a nuestra disposición hoy en día.

Este nuevo-antiguo rol de los ciudadanos ha de ser adecuadamente pensado y mesurado para no dificultar la gobernabilidad, e impedir la desorientación de las actuaciones públicas y la desorganización de las administraciones. Pero al mismo tiempo ha de permitir al pueblo poder intervenir de forma directa e inmediata en aquellas situaciones que lo requieran.

La cuestión principal es saber cómo defender nuestro bien común, es decir, la libertad y la democracia, la capacidad de las personas y de nuestras sociedades de ser autónomas, de seguir siendo libres, de garantizar la justicia social y de proteger nuestro planeta a través de la conservación del clima y los recursos naturales.

Sin estos bienes comunes, no hay un futuro deseable, ni duradero. Nuestro desafío consiste en saber cómo vamos a ganar esta batalla, en la que todos, tenemos una manifiesta responsabilidad que no debemos dejar en manos de otros. No podemos dejar sin defender las libertades individuales, el espíritu de la democracia y de la justicia social.

Hemos de ayudar a mejorar, desarrollar y construir los pilares sobre los que deben de sustentarse las sociedades democráticas en la actualidad, y no con planteamientos del siglo XVIII. Es preciso evolucionar y adaptarnos a las nuevas realidades sociales y tecnológicas, haciendo frente y corrigiendo todas aquellas ineficiencias y defectos que percibimos en nuestro Sistema Público.

Por mi forma de ser y pensar, propongo actuar utilizando las herramientas que tenemos a nuestra disposición como ciudadanos en la mayoría de las democracias avanzadas. Estoy convencido que la legislación vigente, aunque mejorable, no es mala. El problema estriba en su falta de aplicación, al revestirse de farragoso e interminables procedimientos, que en ocasiones pueden tildarse de innecesarios y excesivamente complacientes con las esferas de poder.

El principal problema de nuestra sociedad en el ámbito político en la actualidad es que los ciudadanos no ejercemos nuestro rol nuestra responsabilidad. Dejar el control de los políticos en los propios políticos y asumir los ciudadanos el papel de rebaño-comparsa ha demostrado ser una temeridad catastrófica.

Hemos de considerar que la solución a la crisis política existente no puede venir desde el propio ámbito político, sino desde la ciudadanía. Hay que buscar el mayor consenso que propicie el cambio con las debidas garantías de estabilidad y perdurabilidad, …y de éxito. No debemos permitirnos una mayor degradación del mundo político, ya que ello tiene directamente provoca la degradación de la sociedad.

Hemos de fomentar no sólo un cambio político-administrativo, sino que es preciso un cambio cultural en nuestra sociedad. En este sentido, tengo claro que si alguien tiene la culpa de que las cosas no mejoren, soy yo, y por extensión, nosotros, dado que siendo conscientes de la necesidad de mejora, no nos esforzamos o no nos implicamos por que éstas mejoren.

La justicia social no sólo está en manos de la judicatura o de los políticos, sino también en manos de la ciudadanía, que puede y debe ejercer sus derechos para reclamar un gobierno eficaz, eficiente y justo.

Aunque soy de los que asocian el declive de muchos organismos a su excesiva politización y/o manipulación promovida por intereses políticos, y que este declive ha supuesto graves perjuicios a la sociedad. En este sentido podemos considerar las Cajas de Ahorros, la Justicia, los Sindicatos,…y sobre todo, las Administraciones Públicas. De todas formas, soy consciente que una estructura política es siempre necesaria para la gestión de los recursos públicos, para establecer las líneas de futuro de la sociedad, y para proteger nuestro Sistema de derechos y libertades.

En este sentido, entiendo que las propuestas han de ser formuladas de forma constructiva, intentando avanzar en positivo para alcanzar las bases deseadas para favorecer el progreso de la sociedad.

En este contexto, frente a la gran mentira, arraigada en la ciudadanía que confunde las libertades de que goza con la libertad política de la que carece, es preciso construir un ideario democrático que acabe con la ideas falsas de que la corrupción, los crímenes de Estado y la inmoralidad pública son productos (indeseables) de la democracia, ya que es más preciso entenderlos como situaciones provocadas por el régimen “oligárquico” del sistema de partidos, que pueden y deben ser evitadas a través del ejercicio del régimen de derechos y libertades de los ciudadanos que caracterizan a la mayoría de Estados democráticos.

Para ello, intentaré desarrollar los siguientes ejes de mi propuesta de actuación para la mejora del ambiente político

Transparencia

Es preciso que la sociedad pueda acceder a los datos, información y documentación generada en el ejercicio de responsabilidades públicas por parte de los cargos políticos. De forma actualizada y veraz.

Las iniciativas de transparencia política no sólo han de basarse en poner a disposición de los ciudadanos la información y la documentación anteriormente citada, sino que han de permitir el seguimiento de indicadores de gestión, el seguimiento de las promesas realizadas y el control preventivo de las “mentiras” difundidas en el ejercicio de la política.

En la actualidad la transparencia es una obligación legal, y se ejercita ofreciendo datos a través de los Portales de Transparencia de las Administraciones Públicas y debiendo hacer públicos, accesibles y utilizables los datos y documentos en las plataformas OpenData / LinkedData o a través de aplicaciones desplegadas a tal efecto.

Desafortunadamente, la información que se pone a disposición de los ciudadanos se puede considerar “voluntarista”, y en muchas ocasiones está lo suficientemente desactualizada o “maquillada” o desestructurada, que impide la realización de análisis en base a la comparativa entre distintas fuentes de información, por lo que su aplicación es mucho más reducida que si pudiese consultarse por parte de los ciudadanos la misma información disponible en las bases de datos de gestión utilizadas por las distintas administraciones.

Así mismo, existe una visión por parte de los políticos referente a que la puesta a disposición de los ciudadanos de muchos datos y documentos, supone una mayor facilidad para “esconder” aquella información sensible que no les interesa su difusión.

Por contraposición, los ciudadanos debemos de ejercer un papel de gran importancia en cuanto a que los datos proporcionados serán veraces y actualizados, al tiempo que se fomenten mecanismos que dificulten la manipulación o la distorsión de la información, un periodismo objetivo de datos, que permita que los ciudadanos podamos ver lo blanco como blanco y lo negro como negro y que evite el “confusionismo emocional” propiciado en los debates políticos en la actualidad.

Así mismo, se ha de realizar la presión necesaria por parte de los ciudadanos, más en un contexto de administración electrónica, para que todos los documentos firmados por cargos políticos (y administrativos, que viene a ser lo mismo), sean públicos, y que su difusión se realice a través de internet sin que su consulta pueda suponer costes a los ciudadanos.

Resulta “curioso” ver presumir a los políticos de transparencia cuando ni siquiera las resoluciones de los expedientes sometidos a información pública son públicas y accesibles para todos los ciudadanos, cuando en virtud de la normativa vigente y en mi opinión, todas las resoluciones de la Administración Pública deberían ser consideradas como documentos públicos y puestas a disposición de todos los ciudadanos (con las salvedades necesarias para proteger los derechos personales de los mismos, pero sin que ello pudiera suponer el bloqueo de esta difusión o establecer dificultades o trabas a la misma).

Sin embargo, resulta todavía más curioso el escaso interés que tomamos los ciudadanos en defender nuestros derechos a disponer de información, con las “falsas apariencias” de que los medios de comunicación ya “nos informan” de lo que nos interesa…

Por tanto, “alguien” (que no va a surgir ni de la política ni de las administraciones públicas), no influenciado por la política ni por intereses cuestionables y con “carisma” social, debería ser capaz de fomentar que la ciudadanía adquiera la suficiente cultura democrática que permita exigir a sus gobernantes la transparencia y el rigor necesarios para garantizar el ejercicio de la soberanía popular y el progreso de la sociedad.

Gobernanza

Entiendo la “Gobernanza” como el “arte de gobernar”. Ésta se debe de basar en conseguir la confianza de los ciudadanos a partir de los hechos y decisiones políticas adoptadas. En las sociedades avanzadas, una de las fórmulas magistrales para ello consiste en la rendición de cuentas a los ciudadanos.

Hemos de considerar que el liderazgo de los gobernantes no se decreta: se construye convenciendo a los ciudadanos y a los actores sociales que estructuran las distintas sociedades existentes. Este liderazgo ha de medirse en función de los resultados que se obtienen (que no sólo se corresponden con los resultados de los procesos electorales).

Quizás las medidas o decisiones que adoptan sean necesarias, pero es preciso explicarlas. Los ciudadanos no debemos tener fé en los políticos y dejarles hacer lo que les venga en gana. Los políticos se deben de ganar nuestra confianza, tomando decisiones meditadas y explicadas, en las que quede patente los beneficios y perjuicios que asumimos como sociedad y sea evidente que con ellas se conseguirá la mejora y el progreso del Estado/Comunidad Autónoma/Ente Local en base a los legítimos ideales que defienden y propugnan.

Desgraciadamente hemos caído en la superficialidad que les interesa a todos los políticos (a unos por evitar que queden patentes sus “faltas” o “carencias”), y a otros debido a que dada la alternancia en el poder, quieren evitar que en un futuro queden patentes sus “faltas” o “carencias”. Así mismo, desde el ámbito político se lanzan mensajes del tipo “no hay alternativa. Nuestro sistema es el menos malo, aunque no sea el mejor”, que quizá no sean ciertos del todo…

En este ámbito de la Gobernanza el papel de la ciudadanía es igualmente de vital importancia para el progreso de la sociedad. Evitando entrar en conflicto con ningún partido político, hay que impulsar la sociedad del conocimiento.

Es manifiesto que en los procesos de toma de decisiones, de los gobernantes han de velar en todo momento en mejorar el futuro de los ciudadanos, protegiendo sus derechos y libertades y fomentando la convivencia, la seguridad y promoviendo el progreso y la mejora de la calidad de vida.

La opinión pública ha de considerarse como una referencia para los gobernantes, pero dada la variabilidad de ésta, es preciso establecer sistemas gerenciales basados en planificación genérica y específica a medio y largo plazo, consensuada y aceptada por la mayoría.

La toma de decisiones políticas basada en la opinión de los ciudadanos

Se ha de considerar que cualquier acción de Gobierno debería estar asociada al ejercicio de la representación de los ciudadanos obtenida democráticamente, por lo que esta debería estar basada en las necesidades, opiniones, perspectivas y demandas de los ciudadanos. En este sentido, los gobernantes deberían estar pendientes de las mismas opiniones, para intentar satisfacerlas, o al menos, tenerlas en cuenta en el marco de los procesos de toma de decisiones.

Así mismo, los gobernantes deberían practicar la escucha activa de la sociedad, analizando las demandas de la ciudadanía y buscando las soluciones más adecuadas

Se han implementado distintos procedimientos de participación ciudadana, encaminados a conocer la opinión de la ciudadanía. Desgraciadamente, los procesos que en la actualidad se llevan a cabo en este sentido tienen escasa participación y representatividad social.

Las razones de esta apatía ciudadana son diversas, aunque destacaría la escasa atención que se presta a las alegaciones por parte de algunos políticos al intentar imponer “su rodillo”, lo que desmotiva realizar un esfuerzo para que el resultado del mismo no sea mínimamente considerado.

Otra razón puede ser las dificultades que incluso hoy en día se ponen a los procedimientos de participación pública y en el acceso a la información relevante que debe ser considerada en el procedimiento.

Así mismo hay que considerar que la excesiva politización de la sociedad provoca la pérdida de identidad ideológica que debemos mostrar los ciudadanos para defender los valores democráticos e impulsar una sociedad más justa y avanzada.

Por contra, cunde el desánimo que origina desidia y desinterés, ciudadanos que no asumen la necesidad que tiene la sociedad de que todos, en la medida de nuestras posibilidades, tengamos un papel activo que posibilite que sobre las mesas de decisión se encuentren nuestros planteamientos de progreso y defensa de nuestros intereses e ideales.

En este sentido, lamento constatar que la movilización de gran parte de los ciudadanos, se produce exclusivamente cuando se ven afectados por situaciones o decisiones muy específicas

La otra cara de la moneda en relación a la participación ciudadana la constituyen los grupos “de opinión” activos, que copan en ocasiones distintos procesos participativos, elevándose a representantes ciudadanos con significación popular, cuando en la realidad, por muy respetable que sea su opinión, ésta debería ser considerada en su justa medida.

La responsabilidad de los políticos

La evolución de las instituciones públicas en nuestro país ha dado lugar a una estructura de puestos políticos que se extiende como una maraña en prácticamente todos los ámbitos de nuestra sociedad.

Entiendo que sería pertinente que los políticos sean responsables de las decisiones que adopten, por lo que hagan y por lo que no hagan… Cuando aceptan sus puestos asumen un compromiso con la ciudadanía y es preciso e importante que este compromiso se haga efectivo, respondiendo del mismo tanto a nivel político como patrimonial.

Así mismo, los propios partidos políticos deben ser responsables de la honorabilidad, honestidad y actos realizados por las personas que incorporan en sus listas en el ejercicio de su actividad política. Curiosamente parece que cuando se destapan casos de actuaciones ilícitas de políticos, nunca tienen que ver con las mismas las estructuras de los partidos, aún a pesar de la férrea disciplina que les imponen.

Es preciso que los ciudadanos conozcamos de cada partido cuál es su modelo de Estado, es decir, cómo va a fomentar la política industrial, cómo va a mejorar las infraestructuras, cómo se va a reducir la tasa de paro, qué mejoras sociales se deben de abordar, cómo resolver los problemas que acucian a la sociedad, de dónde se van a dar los recursos necesarios para financiarlos, etcétera, etcétera… Para ello no es preciso que haya precampañas electorales interminables seguidas de sus correspondientes campañas electorales en las que aún a pesar de los recursos económicos que invierten los partidos políticos, es realmente complejo conocer su modelo de Estado y su Plan de Gobierno en caso de que resulten elegidos (El interés se centra en “influir” en el voto, no en “convencer” a los ciudadanos)..

Es manifiesto que los políticos en el ejercicio de su cargo no solo deben de asumir la responsabilidad política, sino también la administrativa, económica y penal, con todos los derechos y obligaciones que tenemos todos los ciudadanos, acrecentados por la responsabilidad que asumen con sus cargos públicos.

En este sentido, podemos considerar que la aceptación de un cargo político equivale a la firma de un contrato de gestión y de representación. Dado que en el ejercicio de su cargo puede adoptar decisiones u omisiones que sean lesivas para los intereses de los ciudadanos, se entiende que la sociedad pueda y deba de protegerse de los “arruinapatrias” a través de establecer un sistema de responsabilidad en el que se responda y se asuman los daños causados (o las deudas asumidas sin sentido).

De alguna forma, sería de gran interés que los partidos políticos o los políticos que han resultado electos y que van a asumir cargos de responsabilidad, establezcan un “contrato” y compromiso con los ciudadanos, de tal forma que en caso de no poder asumir lo indicado en su Plan de Gobierno, sean capaces de fomentar el necesario debate social que motive la modificación (y aceptación) de su nuevo Plan de Gobierno, o su salida de los puestos de responsabilidad.

A todas luces resulta evidente e inadmisible que personas que no tienen capacidad de gestión y que provocan importantes ineficiencias e incluso pérdidas al erario público no tengan que responder de sus decisiones y que (lo peor de todo), estas personas se perpetúen en sus puestos de decisión sin asumir ningún tipo de responsabilidad, gracias a la protección que les proporciona el partido.

En este ámbito sería de gran interés establecer sistemas de auditoría interna y externa, que de forma objetiva y siguiendo los estándares de gestión de calidad de los servicios públicos y de administración de empresas (tomados con todas las salvedades que requieren el prisma social y el desempeño de la labor política), permitieran valorar la capacidad directiva de los políticos y los resultados (positivos o negativos) obtenidos por su gestión y actuaciones.

El control de los gobernantes por los ciudadanos

La acción gubernamental también debe estar asociada a los procedimientos de rendición de cuentas que deben de realizar los gobernantes en las sociedades avanzadas. Para ello propongo vincularlo con la necesaria (e inexistente) “Evaluación de políticas públicas”, a través de la cual se confrontan los criterios de decisión (y justificación) utilizados en la definición de dichas políticas o actuaciones con los resultados obtenidos. Para ello se debe de establecer una serie de indicadores que permitan obtener de una forma completamente objetiva, el seguimiento en el tiempo de todos aquellos factores “de gobierno”, cuya evolución se puede asociar a la capacidad de gestión de nuestros gobernantes.

La rendición de cuentas ante la ciudadanía también debería servir como instrumento de seguimiento que permita la comparación de las promesas realizadas por los políticos con las actuaciones llevadas a cabo, el grado de cumplimiento de las mismas y las previsiones de cumplimiento de las obligaciones existentes. Este control ciudadano debería ser extensivo a todos los cargos políticos que ocupan distintos puestos de responsabilidad en las administraciones y empresas públicas. De alguna forma, éstos deberían demostrar la idoneidad de su gestión y justificar las decisiones adoptadas en el ejercicio de sus cargos directivos.

El Gobierno Abierto.

En el desarrollo de la actividad política, no todo ha sido negativo, ya que han aparecido iniciativas políticas de gran interés democrático, tales como el concepto de “Gobierno Abierto” o la apertura informativa de la actividad parlamentaria, que desgraciadamente no han calado en la sociedad en los niveles deseables, y en gran medida, se han visto influenciadas por el interés mediático de los medios de comunicación, que ocupan en nuestra sociedad el papel de “intermediarios informativos”, encargados de generar noticias y “cocinarlas subjetivamente” para generar estados de opinión.


El Gobierno Abierto tiene como objetivo que los ciudadanos colaboren en la creación y la mejora de los servicios públicos. Un Gobierno colaborativo implica y compromete a los ciudadanos y demás agentes en el propio trabajo de la Administración. La colaboración supone la cooperación no sólo con la ciudadanía, sino también con las empresas, las asociaciones y demás agentes sociales.


Un Gobierno participativo favorece el derecho de la ciudadanía a participar activamente en la conformación de políticas públicas y anima a la Administración a beneficiarse del conocimiento y experiencia de los ciudadanos. Por tanto, impulsa acciones y orienta actuaciones que aumentan el protagonismo e implicación de los ciudadanos en asuntos públicos y compromete con mayor intensidad a las fuerzas políticas con sus conciudadanos.

En este sentido, es preciso que los gobernantes tengan en cuenta la opinión de los ciudadanos de forma previa a tomar sus decisiones. Y tras las decisiones adoptadas, deben de explicar las razones por las que éstas fueron tomadas.

En un nivel posterior, se debe de evaluar si la implementación de las decisiones ha sido la adecuada y si se han obtenido los resultados previstos. En este momento deberían rendir cuentas a los ciudadanos, en el marco de la actividad política.

Con ello se puede aprender tanto de los aciertos como de los errores, fomentando la aparición de metodologías de toma de decisiones, de gestión pública y de ejecución que fomenten el conocimiento y disminuyan las posibilidades de error o de mala gestión de los recursos públicos.

Con ello, entiendo que se consigue mejorar los niveles de transparencia; la ciudadanía puede formarse una opinión objetiva sobre el estado de la sociedad, las instituciones públicas y la gestión de éstas; se evita la corrupción; se fomenta la participación pública en las decisiones de gobierno; aumenta la calidad de los procesos de decisión política; permite a los ciudadanos y las organizaciones sociales hacer valer sus derechos; hace crecer la confianza en los procesos de gobierno; aumenta la eficacia en la administración pública, y por ende su competitividad, legitimando la acción de los que la gestionan.

La ciudadanía y la tecnología en la política

Es importante considerar la potencia y amplitud de los cambios que se están produciendo en las sociedades y en el universo del poder político impulsados por el desarrollo de la tecnología y los “procesos” de evolución de la conciencia social que parecen rendirse ante el declive de los sistemas de derechos y libertades que se está produciendo a escala global.

La política es una rama muy amplia del quehacer humano y, por consiguiente, son muchas las aplicaciones que puede hacer de la tecnología, y éstas tienen capacidad de modificar las conductas propias de las sociedades democráticas.

Manipulación “democrática” de los procesos electorales.

En primer lugar, los usuarios cedemos información personal a sitios en la web a cambio de utilizar aplicaciones; la segunda es la facilidad con que se propaga la “desinformación” a lo largo y ancho de la web; y la tercera es la falta de transparencia y entendimiento de la propaganda política en la web.

Esto último es muy importante, porque herramientas de inteligencia artificial, utilizando enormes cantidades de datos ( big data ), están llevando la propaganda política a un nivel muy oscuro y opaco. Mientras algunos alegan que vender un candidato es exactamente igual a vender un detergente, otros creemos en la existencia de aspectos diferenciadores importantes, más allá del impacto de la publicidad.

Hoy, existen algoritmos de inteligencia artificial que pueden determinar una gran cantidad de rasgos psicométricos de nuestra personalidad, creencias y valores, así como nuestras inclinaciones políticas.

Los anuncios no siempre son firmados por el anunciante. Hay montones de posteos hechos por bots y por troles; son mensajes que de seguro llegarán al cliente, muchas veces con noticias falsas cuyo creador sabe de antemano que el consumidor querrá oír.

Ahora bien, la tecnología está disponible, es muy poderosa, y no está regulada. Es realmente difícil para los políticos escoger sus armas tecnológicas, sobre todo porque no son gratis, y no hay garantías de éxito. No obstante, no resulta difícil imaginar que aquellos que, utilizando estas herramientas, logren exitosamente manipular los resultados electorales. Una vez en el poder se van a ver tentados a seguir utilizándolas para espiar o manipular a los ciudadanos, en nombre de la seguridad nacional.

Claramente, los métodos tradicionales de regulación de las campañas políticas son insuficientes, y en muchos casos totalmente inadecuados. Las herramientas tecnológicas son sumamente eficientes para transmitir un mensaje, y, por lo tanto, serán utilizadas cada vez más. Pero las mentiras y los mensajes contradictorios (cuyo contenido depende de las creencias del receptor) deben erradicarse.

Es necesario, por lo tanto, dotar a los reguladores de las campañas políticas de herramientas que permitan identificar las noticias falsas y los mensajes contradictorios para sancionar, o por lo menos transparentar (por los mismos medios), las transgresiones a la ética democrática.

Esto va muy rápido, pero debemos empezar a ser conscientes al menos de las nuevas reglas de juego, convendría empezar a conocerlas para saber al menos a qué estamos jugando. Quizás esté en riesgo la libertad e incluso la democracia… y sea preciso tomar una posición clara y actuar.

Democracia 4.0

Se extiende en nuestros días una percepción social bastante bien reflejada en el eslogan “no nos representan”, dirigida a los máximos órganos de representación política del Estado y a quienes los
ocupan. Una de sus motivaciones es la incongruencia entre lo que los partidos prometen en sus programas electorales y lo que acometen una vez llegan al poder.

Este problema es difícilmente corregible con el marco jurídico actual, en atención a la naturaleza jurídica del mandato representativo, diferenciada del mandato imperativo civil que, además, se prohíbe en el artículo 67 de la CE.

Democracia 4.0 se basa en que los ciudadanos obtengamos el derecho a votar, a voluntad, toda proposición o proyecto de ley que se presente y discuta en cualquier Parlamento, utilizando para ello el DNIe, ya que existen las condiciones técnicas que permiten extender el derecho al voto, real y permanente, a todos los ciudadanos.

Puede chocar que se hable de derecho al voto, cuando parece que ya lo disfrutamos. Sin embargo, cuando hablamos de votar, nos referimos a la elección de un representante que es el que finalmente vota por nosotros. El ejercicio del “voto” es una manifestación de voluntad política directa, de la persona sobre cuestiones, no sobre candidatos o partidos, lo que consistiría en elegir.

En primer lugar, hay que remarcar que, a través del voto telemático, se empezaría a materializar la idea de desrepresentación política. La velocidad que permite Internet en las formas de comunicación hace que la participación directa de la ciudadanía, el ejercicio de la desrepresentación, no suponga un serio coste comunicacional ni retrase la función de gobierno.


La simplicidad con la que los medios digitales realizan tareas de recuento o de transmisión de la información, unida a una alta fiabilidad (superior a la del voto por correo, por ejemplo), hace que no
resulte descabellado plantear este sistema. No en vano, los medios digitales son ya fundamentales para la gestión, y el único “pero” es que hay que garantizar la seguridad y rigor de los sistemas a implementar.

Estas herramientas tecnológicas permitirían que la sociedad tuviera un medio/herramienta con la que defenderse de las contraconductas políticas ya que la implicación ciudadana en la política institucional, combatiendo la “delegación” como práctica social extendida, invirtiendo las relaciones de poder entre representantes y representados, redefiniendo los términos y el funcionamiento del mandato representativo o, simplemente, obligando a los políticos (diputados y cargos) a realizar bien su trabajo y a esforzarse por comunicarlo para facilitar su seguimiento y “fiscalización” ciudadana.

Estas herramientas tecnológicas han de ser muy simples para que puedan ser eficientes y universales y garantizar su implantación y éxito. De todas formas, hay cambios que podrían ser muy significativos y de gran interés para el desarrollo de nuestra democracia, tales como:

●      La posibilidad de vetar directamente las leyes que se pretenden aprobar desde el poder.

●      La posibilidad de vetar directamente gobernantes

●      La modificación de los procesos electorales, incorporando “voto positivo” y “voto negativo”

Cuando hablamos de Democracia, tomaremos como definición básica aquélla que se deriva de su composición etimológica, esto es, “una forma de organización de grupos de personas, cuya característica predominante es que la titularidad del poder (cratos) reside en la totalidad de sus miembros (demos), haciendo que la toma de decisiones responda a la voluntad colectiva de los miembros del grupo”.

Dado que el objetivo de los partidos consiste en obtener los mejores resultados en el proceso electoral, que puede ser analizado como un “juego de suma 0”, en el que las papeletas que consigan son papeletas que no consiguen los demás (y viceversa), la estrategia y las dinámicas adquieren un cariz competitivo que choca con conceptos como el “interés general” o con la idea de que la composición parlamentaria resultante represente al conjunto de la nación

Dado el cariz competitivo de las dinámicas parlamentarias, donde la disciplina de partido es más fuerte que la búsqueda de consensos y del interés general, no hay razón para pensar y afirmar que las deliberaciones que los ciudadanos puedan llevar a cabo, en espacios tan variopintos como un bar, una red social o un parque, supongan un ejercicio menos democrático que los debates parlamentarios, que son más una “liturgia” que un acto de convencimiento.

Si en el actual sistema representativo y de sus dinámicas en la conformación de mayorías parlamentarias se desprende la dificultad de trasladar la voluntad política de cada uno de sus individuos sobre las cuestiones que les afectan, hasta el punto de que se aprueban por mayoría absoluta reformas que, sobre el papel y con números, perjudican a una gran mayoría, basta con introducir la posibilidad de la “desrepresentación” como factor de expresión de voluntades para establecer cuál es el parecer real de cada individuo y del conjunto de la sociedad sobre una acción de gobierno. De esta forma, se podrá intentar alcanzar el “máximo común divisor ideológico”, trascendiendo los marcos categoriales cerrados actuales, en cada momento y en cada tema.

Y es que, sin duda, en 1978, ninguno de los “Padres de la Constitución” pudo sospechar que se desarrollaría algo llamado Internet, que haría posible que la Soberanía que reside en el Pueblo pudiera ser expresamente manifestada por ese pueblo, sin necesidad de intermediarios como, además, expresa el artículo 23.2 de nuestra Constitución

Conclusión: El liderazgo de la sociedad

Quizás parezca extraño preguntarse quién lidera la sociedad ahora en la actualidad, aunque la respuesta es algo desalentadora, ya que en muchas ocasiones podemos llegar a la conclusión de que estamos sometidos a un sistema regido por el azar y las casualidades.

El sistema de pensamiento y la educación se ha dirigido hacia la especialización extrema, marginando a aquellas personas que tenemos una vertiente humanista, que tienen capacidad para analizar las situaciones desde una perspectiva “global”. Ello se ha visto reflejado en la Política, con actitudes de “trabajo con orejeras”, en las que se desprecia la coordinación y la interrelación, con una vista miope del sentido común y de las perspectivas de futuro.

En principio diría que el liderazgo está en manos de los políticos que nos dirigen, ya que ellos elaboran las normas, distribuyen los presupuestos y gestionan los recursos públicos.

Desgraciadamente, en la actualidad los políticos destacan por su cinismo y por la mercantilización de la gestión, al tiempo que han perdido la capacidad de transmitir a la sociedad un horizonte de futuro, de generar un estado mental que abra las puertas a la innovación y al progreso.

Así mismo, los políticos manifiestan miedo e incluso pánico por abordar debates en los que pueda definirse los planteamientos estructurantes de nuestra sociedad. Posiblemente ello es debido a que España carece de pensadores (filósofos), que han sido tradicionalmente denostados desde los poderes religiosos, excesivamente ligados al poder ejecutivo en muchas épocas de nuestra historia.

Muchos nos quejamos del exceso de gasto, pero ningún político se atreve a propugnar soluciones que siendo impopulares para determinados colectivos, pueden suponer un beneficio para la sociedad, o al menos un ahorro del gasto público.

En ocasiones se escucha decir a los políticos que el dinero público no es de nadie…. Y están completamente equivocados, ya que dicho dinero es de todos, y por tanto nos corresponde a los ciudadanos exigir que sea invertido adecuadamente y eficientemente para la consecución de los objetivos sociales establecidos.

Realmente con el liderazgo pasa lo mismo, no es de nadie y es de todos a la vez.

Todos debemos convertirnos en líderes y aportar nuestro granito de arena para que la sociedad evolucione hacia el progreso.

Quizás en este punto sería interesante acotar la política en la propia política y la gestión en la propia gestión.

Dotarnos de herramientas que impidan la degradación de la sociedad, la corrupción, la dejadez, la falta de sensibilidad hacia los derechos humanos, etc.

Ante todo, fomentar en los ciudadanos es espíritu de la crítica constructiva. Es bueno hacerse preguntas e intentar buscar las respuestas. Es bueno fijarse metas y establecer planes para conseguir los objetivos. Es bueno saber identificar la razón y huir de las palabrerías, es bueno saber elegir y saber optar por tu forma de pensar….

Más que la relevancia, es importante desplegar un liderazgo intelectual e ideológico basado en la razón, en la responsabilidad, en el respeto, en el conocimiento, en la tolerancia, en la diversidad,en la unión y el acuerdo como herramientas de progreso.

Estás utopías alcanzables se pueden comenzar a construir a partir de herramientas que la sociedad pone en nuestras manos, tales como la evaluación de las políticas públicas, el análisis de los resultados de las decisiones tomadas, el impulso a la sociedad del conocimiento y de la verdad…

La salida de la crisis actual existe y es viable. Su principal debilidad radica en nosotros mismos, que debemos cambiar nuestra cultura como integrantes de la sociedad, desterrando el “pasotismo” social, desterrando la falta de implicación justificada en un pesimismo injustificable. Hemos de convertirnos en agentes del cambio, alentando, formando y concienciando a la ciudadanía de la importancia de adoptar una actitud activa que permita el desarrollo de la sociedad en libertad, pero asumiendo cada uno de nosotros nuestra responsabilidad con la sociedad.

Hemos de analizar los replanteamientos en las relaciones entre la ciudadanía y el poder para propiciar la reconstrucción de las condiciones de existencia social y de redefinición de los espacios de convivencia para que políticamente sea la creación de nuevos lugares del poder; éticamente la constitución de otras relaciones de verdad que optan por la primacía del ser humano y la apertura a nuevas formas de pensamiento basadas en los principios humanistas, que conciban de forma integrada todos los valores humanos.

Los individuos, correctamente instruidos, permanecen libres y plenamente responsables de sus actos en la creencia de su capacidad de elección. Las nociones de libertad o de libre albedrío, de tolerancia, de independencia, de apertura y de curiosidad son, efectivamente, indisociables al individuo.

La dignidad y el valor de todos los individuos, se basa en su capacidad para discernir lo bueno de lo malo, el bien y el mal, haciendo uso de la razón. Como sociedad debemos establecer un compromiso con la búsqueda de la verdad y de la moralidad por medio de la ciencia, el conocimiento y el entendimiento, de forma solidaria con toda la humanidad.

Nuestro reto se centra en transmitir o hacer llegar nuestros valores hasta nuestros dirigentes, cambiar la política desde la sociedad y para la sociedad. Y todo ello desde una posición apolítica de respeto a todas las ideologías democráticas y de rechazo a todas las conductas ilícitas o cuestionables de nuestros políticos y dirigentes que tienen efectos devastadores en el civismo, la moral y la ética de nuestra sociedad.

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