Fui iniciado en la masonería hace un año, el pasado 16 de marzo de 2019 en términos profanos. De manera que este mes de marzo, cumplí mi primer aniversario como miembro de esta hermandad.
Un halo de misterio e incertidumbre rodeaba para mí esta institución. Desde las leyendas negras que envolvían las historias conspiratorias de los masones dominando todas las instituciones del estado y el mal llamado contubernio judeo-masónico hasta los rituales iniciáticos y otras habilidades que se aprendían en las logias y que daban una ventaja competitiva a sus miembros, las cuales les hacían tener un mayor crecimiento personal del que tenían el resto de los mortales.
Me atrevería a aventurar, que ninguna de las expectativas que tenía cuando entré ha sido cumplida. Es una gran ventaja acudir a una experiencia sin haber generado previamente ninguna meta o sin una misión clara de qué se desea vivenciar durante la misma. No me refiero a que haya sido una decepción, ni mucho menos. Todo lo contrario. De lo que hablo es de que nunca imaginé que la sutilidad de lo que aporta este camino iniciático tuviera un magnetismo tan desmesurado y una atracción tal, que aún sin saber qué se está buscando o qué se espera obtener, se forjara tal sentimiento de pertenencia y de arraigo a pesar del poco tiempo de práctica y de relación con la institución.
Pertenecer a una logia, para empezar es sinónimo de búsqueda. La mayoría de nosotros no podemos negar que llegamos con cierta curiosidad. Y por ello se nos indica el primer día, antes de nuestro ritual de iniciación; – Si tu curiosidad te ha conducido hasta aquí, ¡vete!– pero existe algo más profundo dentro de nosotros además de esa curiosidad. Y es el deseo de crecer y de prosperar interiormente y de manera personal. Hemos leído sobre los atributos de los masones y admiramos ciertas cualidades de aquellos a los que hemos conocido, por lo que queremos llegar a ser como ellos. Hemos recorrido otros caminos que nos han llevado a desarrollos espirituales o intelectuales. Estamos abiertos a nuevos valores, a impregnarnos de otra cultura y a cambiar y ser diferentes. Y por esto nos quedamos, por el anhelo de evolucionar.
El secreto masónico es, valga la redundancia y tal y como su nombre indica, “un secreto” ningún hermano a quien se le pregunte lo va a contar, y no porque no quieran que lo sepas, sino porque el secreto es diferente para cada uno de los hermanos que componemos la Logia. Cada uno de nosotros tiene una interpretación distinta de los caminos por los que transitamos a través de nuestro rito, y buscamos diferentes aprendizajes con nuestra participación. Es cierto que las herramientas son las mismas, la simbología que nos rodea en cada una de las Tenidas es la misma para todos y su significado también es el mismo. Pero la interpretación que cada uno hace de ello se ajusta a su propia realidad, y a su necesidad interior de buscar en la vida las respuestas propias de cada uno.
Aprovechar la oportunidad de pulir nuestra piedra bruta para convertirla en una perfecta pieza de ángulos rectos, es una tarea que no es cosa de un día. Parte del aprendizaje consiste en saber ser paciente y esperar los resultados internos con la misma ilusión que teníamos cuando decidimos solicitar nuestro ingreso. Poco a poco, vamos entendiendo determinados símbolos, el porqué de determinadas acciones que se llevan a cabo en las tenidas y empezamos a sentirnos una parte más integrada en la hermandad. Nos damos cuenta de que, cual macizo, formamos parte de una construcción, y llegan momentos en los que dejamos de pulir nuestra piedra para pasar a formar parte de la catedral que entre todos construimos. Un claro ejemplo es la cadena de unión, en la que todos, independientemente de nuestro grado o condición, somos un eslabón más de esa cadena que todos los hermanos en ese momento conformamos.
Particularmente pienso que la dificultad de ese crecimiento está – al igual que me ocurría cuando practicaba Yoga – en llevar esa practica fuera, en este caso del Templo. No habrá crecimiento posible si no nos llevamos las actitudes y aptitudes encarriladas en nuestros trabajos al exterior. Envueltos en la magia de los símbolos, sumergidos en la identidad de nuestras vestiduras, rodeados de la fraternidad de nuestros hermanos y refugiados en la calidez de nuestro templo, cualquier pose, inspiración o actitud parece fácil. El sacar todos los atributos manifestados en las Tenidas es lo que realmente consolida nuestro crecimiento personal de la mano de la masonería. La luz que nos emanan tanto las tres luces como el resto de nuestros hermanos, ha de impregnarnos de la necesidad de llevar esa luz si no a todos nuestros compatriotas en este mundo, sí por lo menos a los lugares donde mínimamente haga falta, pues los valores masónicos bien llevados, nunca sobrarán en ninguna congregación de personas sea cual sea el motivo que quiera que las una.
Largos y penosos esfuerzos son aún necesarios, los masones comenzamos nuestros trabajos a medio día en punto y a pesar de este primer impulso vivido en este primer año y pico, no deben de ser mucho más de las doce y cuarto. La buena noticia y lo mejor de todo es que nuestros trabajos no tienen fin y aunque nuestras piedras interiores llegaran a ser angulares, pulidas y perfectas, nuestro deber como masones será ayudar a otros humanos a perfeccionar las suyas propias, para así convertirnos en el germen de un mundo más justo, más glorioso, más humano y así progresar juntos en libertad, igualdad y fraternidad.