La madre, su perenne preocupación, su amor eterno, su valentía y fuerza. Sus rezos, sus horas desoledad. Su simpatía, sus amigas. Su inteligencia.
La hermana, el primer modelo, el juego, la risa, las peleas, la imaginación. La maestra, el frío de la mañana, el calor de la clase, la firmeza, la voz amable que te descubre un mundo ajeno y enorme.
La compañera de colegio, la primera poesía de amor, sus ojos, su risa, su figura en la distancia vigilada desde aquella ventana.
La novia, su sonrisa, sus miradas, su abrazo, su calor, la primera embriaguez con sus besos. El color de su pelo en ese mechón todavía conservado, sus cartas que tanto esperabas y no llegaban. Siempre será verano junto a ella.
La esposa, su mirada paciente, sus manos de amor. La Tierra, el sustento. Su pasión viva, su presencia. Sus lágrimas ocultadas y su energía, su fe y su voluntad. Su esfuerzo.
La amiga, la confianza, la ayuda, la activista, emprendedora. La que tuitea flores bonitas. La que hace fotografías, la que quiere estar mejor con su marido, la que va a ser mamá. La que canta como un ángel, la que escribe. La que te escribe. La que se quedó sola, te abrazó en un pasillo y su calor aún perdura en tu pecho.
La doctora, su humanidad y sonrisa, la voz firme quebrada en un tono de caricia al final, la que te hizo llorar en silencio, la que te salvó.
La prima, esa hermana mayor que no tuviste, que descubres en la madurez. Está a tu lado como extensión de tu madre.
La abuela, una foto en color sepia, la quieres sin conocerla, renovaste el cerezo que ella plantara, con sus manos huesudas, y que hizo crecer acarreando el agua desde tan lejos.
La hija, su sonrisilla en la cuna a las tres de la mañana, sus deditos que te tocan, sus ojos de asombro, sus palabritas. Su primer día de cole, sus carreras hasta abrazarte. La formación de su carácter. Su progresiva autonomía. Su incipiente coquetería. Su inteligencia para pedir cosas. Su previsión, sus preocupaciones, la ilusión por los cumples y la Navidad. Su fe en ti.
La mujer, nada sin la mujer.
El texto anterior lo escribí el 1 de Diciembre de 2015, acababa con un profético final: «nada sin la mujer». No imaginaba entonces cuantas mujeres excelentes me quedaba por conocer. Mujeres como las que trabajan en aquel Hospital a las que no olvido, como las nuevas amigas que me dibujan una sonrisa cuando puedo verlas, como las brillantes compañeras de estudio de las que aprendo y como una chica alemana que me donaría un tiempo nuevo, vibrante, un tiempo sin miedo junto a las mujeres que me ayudan a comprender y amar esta vida.