Eutanasia

Etimológicamente, eutanasia, es una palabra de origen griego (eu, buena, y tanatos, muerte) muerte sin sufrimiento físico; vendría a ser la muerte inducida por otra persona, previo consentimiento de la que se le va a practicar. También creo conveniente diferenciarla de los, posiblemente conocidos por el lector, conceptos de eutanasia pasiva y suicidio asistido. La primera es la no iniciación o interrupción de un tratamiento médico determinado y el segundo es poner fin a la propia vida por el mismo enfermo en cuestión; lógicamente,  apoyado por el dispositivo sanitario apropiado

De lo delicado y sensible del tema podemos hacernos una idea, reseñando que tan solo cuatro países (Holanda, Bélgica, Suiza y Oregón en EEUU) actualmente la tienen recogida en su legislación, y por lo tanto cuenta con la aprobación y desarrollo legal correspondiente.

En España este debate ha intentado trasladarse a las cámaras legislativas pero, hasta el día de hoy, no existe un consenso suficiente para la aprobación de la correspondiente Ley que regule esta aspiración y voluntad de numerosas personas.

¿Qué razones hay para que el derecho comparado internacional sea tan escaso? ¿Qué obstáculos o tabúes existen para no tratar y debatir la eutanasia desde el enfoque y foros sociales, políticos, morales, éticos?

Posiblemente una de las razones para evadir el imprescindible, e inevitable, debate sobre como regular la eutanasia en España, y también en otros muchos países desarrollados,  se deba a un miedo innato del ser humano a reflexionar de una forma serena, pero también real, sobre su propia finitud. La creencia infantil de que los que mueren son los demás, que uno mismo eso algo muy lejano… hace rechazar la mirada, intelectual y también física, de todo aquello que retumbe a muerte, fallecimiento.

Pero como el avestruz, el meter la cabeza en la tierra no hace que desaparezcan las tozudas, crudas y tremendas realidades vitales.

A este miedo natural e innato de todo ser humano, también  habría que añadir, en mi modesta opinión, la fuerza y potencia de las creencias religiosas. Particularmente en países de larga tradición cristiana, como es el caso de España, donde la vida se considera un Don Divino, y se niega de plano al individuo el derecho a aniquilar su propia existencia. El suicidio se interpreta, de alguna manera, con una ruptura del orden natural y sagrado de la vida. Y la eutanasia de ninguna manera puede aceptarse, en cuanto supone la renuncia de una persona a la propia existencia, mediante la ayuda o socorro de otro ser humano que es el ejecutor de la voluntad del primero. Pero yo preguntaría ¿qué de natural o divino tiene el encarnizamiento terapéutico (distanasia)?   ¿No estará más de acuerdo con la ley natural o divina, si así se valora, que una vez hecho todo el esfuerzo terapéutico plausible,  la biología de un individuo  llegue a su propio fin de forma natural, y no  por innumerables artilugios y técnicas médicas para alargar, quizás unas semanas o pocos meses,  una vida en unas condiciones más que cuestionables?

Nos hallamos pues en las sociedades desarrollados, y particularmente en España, con una dicotomía insuperable, entre por una lado las creencias de considerar a la vida como algo sagrado y que no se puede quebrantar ni aniquilar la vida de forma consciente y libremente, y de otra parte la libertad defendida por muchos ciudadanos que desean morir con dignidad, según su propia voluntad y deseo de lo que es una muerte voluntariamente asumida con respeto hacia uno mismo.

Y nos adentramos ya en un terreno donde los valores de Libertad e Igualdad entran de lleno en el debate. La libertad de elegir como, de qué manera, con quien, uno desea acabar con un sufrimiento insoportable e incurable, de morir de una forma que él considera libremente como una  manera digna de irse de la Vida. Y de otra las creencias religiosas que consideran que bajo ningún concepto un hombre puede arrebatar la vida a otro hombre, ese poder sólo corresponde al Creador. Y aquí es donde se coloca encima del tablero el concepto de igualdad. ¿Debe darse una igualdad legal entre quienes propugnan la defensa a ultranza de la vida y la imposibilidad de que el individuo decida sobre su propio fin y aquellos otros que consideran la libertad de decidir o no acabar con su existencia dadas unas circunstancias determinadas de enfermedad terminal o insufrible? Si consideramos que ningún ser humano tiene derecho a decidir sobre la vida de otro  ¿Cómo se justifica la pena de muerte, la inmolación loada si es por la comunidad y la nación? Sobre todo, como se puede argumentar, en aquellas sociedades donde se niega y rechaza el derecho a la eutanasia.

 ¿Tan preocupante e irresponsable es que con la debida y justa reglamentación legal puedan existir ambas opciones, y que la voluntad y consciencia de cada hombre y mujer decida o no como desea que sea el final de su vida dadas determinadas circunstancias de enfermedad?

Lógicamente que el debate contiene elementos multidisciplinares (médicos, legales, políticos, ideológicos, religioso, etc.). Las garantías deben ser máximas para garantizar el derecho de la eutanasia. Aspectos como el segundo informe médico (de un facultativo independiente y sin prejuicios anteriores), garantizar la objeción de conciencia de los facultativos que así lo exijan, los plazos a esperar desde la decisión de la eutanasia y posteriores reafirmaciones, el periodo que se prevé de esperanza de vida del enfermo, la información sobre la existencia y condiciones de cuidados paliativos, el proceso de la enfermedad y todas las alternativas que puedan ofrecerse, la confirmación médica de que el solicitante de eutanasia adopta esa decisión con plenitud de sus facultad y plena competencia.  Muchas de estas cuestiones ya están de alguna forma tratadas en la actual legislación española de voluntades anticipadas así como en el momento del consentimiento por el enfermo. Ambas pueden llevar a rechazar o no iniciar tratamientos como la respiración mecánica, reanimación cardiopulmonar, nutrición forzada diálisis, etc.

La libertad, la igualdad, y yo me atrevería a decir que la fraternidad, el amor y respeto por nuestros semejantes, esta de lleno en este debate, que reitero, es ineludible antes o después por parte de la sociedad española. Solo puede afrontarse desde la verdad de la vida, de la enfermedad, del proceso de la muerte; desde la dignidad de toda persona, entendida con el grado y extensión que ella misma considere, la libertad del individuo para regir incluso su propia salida de la existencia, y de la igualdad de creencias religiosas, morales, éticas.

Nadie debe,  ni tendría que  poder,  obligar  a cuál es la manera correcta de poner fin al sufrimiento insoportable y sin esperanza alguna de otro ser humano. Debemos y tenemos derecho a nacer, desarrollarnos, y también a morir, en LIBERTAD.

J.N.A.

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