Hablar hoy de Europa, inmersos como estamos en una profunda crisis económica sin precedentes, evoca desgraciadamente más el miedo que la unidad, más la competencia, a veces desleal, que el progreso, más el control abusivo y la desconfianza que la solidaridad.
Es lamentable que cuando escuchamos últimamente la palabra Europa en los telediarios o cuando la leemos en los periódicos, es para asustarnos ante su vigilancia omnipresente o para sentirnos acomplejados en la comparación permanente a que nos somete el sistema político-económico en el que vivimos. Un sistema en el que los vecinos no conviven y se ayudan, sino que compiten en un terreno de juego lleno de trampas. Ese lugar es el difuso territorio que hemos convenido en llamar MERCADO, y lo escribimos con mayúsculas porque mayúsculo es su poder, mayúsculo y desmedido; y porque, como si de un dios al que hay que temer se tratara, carece de rostro conocido y su inconsistencia solo la suple una atribuida omnipotencia sin límites.
Esta es la Europa que tenemos hoy, la Europa real, que además de incomprensible en su endemoniada burocracia, ha pasado de ser una esperanza a convertirse en una maldición tatuada con el símbolo del Euro. Europa debería ser parte de la solución a los problemas y no el principal problema.
Muy lejos está el año 1986, cuando España cifraba su futuro esperanzado en acabar con décadas de aislamiento, entrando en el selecto club del Mercado Común.
Más lejos aún queda el 9 de mayo de 1950, cuando Robert Schuman presentó su propuesta para la creación de una Europa organizada, como requisito indispensable para recuperar en el viejo continente unas relaciones pacíficas que nunca debieron perderse. Ello cuando aún resonaban en los oídos de los europeos el fragor de la guerra y el llanto por los millones de muertos.
Y parecen de otro mundo, de otro planeta las palabras, que hoy nos suenan ingenuas, de Victor Hugo, que inventó la expresión “Estados Unidos de Europa” y que en su célebre discurso en el Congreso Internacional de la Paz de 1849 dijo: “Llegará el día en que tú Francia, tú Italia, tú Alemania, tú Inglaterra, tú Rusia, todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras distintas cualidades y vuestra gloriosa individualidad, os fundiréis en una unidad superior”.
62 años de paz han transcurrido desde aquel 9 de mayo de 1950. No parecen demasiados. Alguien que naciera en aquel año todavía puede estar en activo. No parece un tiempo suficiente para decretar la jubilación del proyecto, y sin embargo, no sabemos cómo salir de una situación a la que hemos llegado no sabemos muy bien cómo.
En momentos de incertidumbre, en momentos en los que el norte parece haber desaparecido de nuestra brújula, es conveniente mirar atrás, releer la historia, retornar a los orígenes, hacernos preguntas incómodas para obtener respuestas verdaderas.
En tiempos de crisis profunda, tal vez sea necesario detenerse. Tal vez sea imprescindible abandonar la obsesión por el crecimiento. Quizá lo conveniente no sea retomar el camino truncado, sino cambiar el rumbo.
Supieron hacerlo los europeos de 1950, después de las dos peores guerras que han enfrentado a los hombres. Tuvo una visión reveladora el gran escritor francés del siglo XIX, en tiempos no menos turbulentos. ¿Por qué no habríamos de ser capaces nosotros de enfrentarnos a ese enemigo invisible que nos atenaza? ¿Acaso no somos soberanos y libres?
Faltan líderes audaces y sobran mediocres mercaderes. Falta energía y decisión para dar un golpe de timón y sobran connivencias vergonzosas.
Como los gigantes con los que confundía Don Quijote a los molinos de viento, los MERCADOS no existen, sólo están en nuestras mentes. Faltan líderes capaces de erradicar las políticas cortoplacistas, de superar la estrechez mental, de ir más allá de la visión nacional, de derrotar a la codicia con el arma de la solidaridad y el trabajo conjunto. Faltan líderes capaces de enarbolar la bandera de la libertad, la libertad de detenerse y mirar atrás, la libertad de ralentizar el paso y recuperar los valores perdidos por el camino, la libertad de exorcizar a los MERCADOS del cuerpo poseído de Europa.
Sobran líderes contables o banqueros o burócratas y faltan POLÍTICOS con mayúsculas que se atrevan a obligarse a sí mismos a obligar a los ciudadanos europeos a buscar la VERDAD entre tantas mentiras y apariencias.
9 de mayo de 2012