Skinner es Dios. Ha entrado en el laboratorio despertando a las palomas que lo observan inquietas desde sus jaulas. Deja la taza de café encima de la mesa y se pone la bata. Coge de nuevo la taza y le da un último sorbo. Cambia la taza por un papel con el diseño de una caja, lo mira un momento y enseguida alza la vista por encima de la hoja hacia la repisa de trabajo en donde reposan dos cajas como las del dibujo. Se acerca a ellas para analizarlas con detenimiento y entorna los ojos enfocando una pequeña trampilla en uno de los laterales. La empuja suavemente con el dedo mientras musita «ya veo, qué inteligente». En ese momento se abre la puerta del laboratorio y las palomas revolotean del susto. Skinner se incorpora y ve a su ayudante ponerse la bata:
– Ya he visto que al final logró resolver el atasco de la trampilla.
– Así es, profesor.
– Perfecto, cuando esté listo podemos comenzar con el experimento.
Skinner está sentado enfrente de las cajas y las observa atentamente. Ambas cajas son similares, un cubo de madera con la pared frontal de cristal de forma que permite ver el interior, idénticas excepto por un llamativo botón rojo dentro de una de ellas. «Proceda», ordena a su ayudante. Éste levanta la tapa superior e introduce una paloma dentro de cada una de las cajas. Las palomas giran ansiosas reconociendo los límites de sus nuevas jaulas. La primera paloma no tarda en percatarse del botón rojo de su jaula y movida por la curiosidad lo picotea accionando un resorte que abre la trampilla por la que cae un alimento que la paloma pica con voracidad. Skinner no pierde detalle. Cuando termina de comer la paloma se detiene un instante, mira el botón rojo y lo picotea otra vez. La trampilla se abre y caen de nuevo unos granos que la paloma engulle sin pensárselo mucho para, inmediatamente, volver a picotear el botón rojo reclamando más comida. La paloma ha deducido el mecanismo de la caja y ha comprendido que si quiere comida debe pulsar el botón rojo. Skinner, satisfecho, mira de nuevo a su ayudante que está cogiendo un cronómetro. ¿12 segundos, profesor?, pregunta. Skinner asiente. La segunda paloma se está rascando con el pico pero al sentirse observada extiende sus alas y aletea tres veces. Justo en ese momento la trampilla se abre y por la misma cae alimento. Esta paloma, igual de hambrienta que su hermana, tampoco tarda en devorar los granos. Skinner se ha asegurado de que el alimento suponga una motivación importante dejándolas un día sin comer. Cuando termina vuelve a aletear tres veces y se queda mirando la trampilla. El cronómetro completa otra vuelta y se acciona el mecanismo. La comida cae de nuevo para ser devorada y la paloma, todavía con hambre, aletea otras tres veces. Por un momento no pasa nada pero cuando la paloma hace el ademán de aletear finalizan los 12 segundos y la trampilla se abre. La paloma ha asociado un aleteo concreto con la comida. ¡Ahí está! – exclama Skinner – ¿Sería tan amable de traerme otro café? – pregunta a su ayudante con emoción – Ahora no es momento de ponerse a descansar. (1)
La ciencia es hermana de la superstición porque ambas, en su esencia, intentan lo mismo: predecir el futuro; y lo hacen, además, de la misma forma: estableciendo relaciones causa-efecto. Las supersticiones probablemente estén basadas en observaciones forzadas y en dudosas casualidades mientras que la ciencia se sustenta en el conocimiento profundo de las causas pero, sin embargo, tanto una como otra utilizan los mismos silogismos. Si pulso el botón o si aleteo tres veces se abrirá la trampilla y caerá comida. No hay ninguna diferencia entre ambas palomas, las dos han aplicado la misma inteligencia o, si se prefiere, el mismo instinto y si han establecido distintos patrones se debe a las circunstancias y no a que hayan pensado de forma diferente (2). ¿Podríamos, pues, extender este comportamiento al resto de los seres vivos y reducir el complejo funcionamiento del pensamiento a una serie encadenada de implicaciones lógicas? Al fin y al cabo, desde la célula más simple hasta la forma de vida más compleja todo comportamiento es una sucesión de reacciones al entorno y desde el sistema nervioso más primitivo al cerebro más evolucionado su función toral es la predicción de lo inmediato para actuar en consecuencia. Y la forma de hacerlo es el reconocimiento del entorno y la aplicación de unas reglas que provocan una acción.
Un primatólogo holandés, Frans de Waal, que defiende la teoría de que los grandes monos y los seres humanos somos distintas especies de monos y que no hay demasiadas diferencias entre nosotros, llevó a cabo un experimento con capuchinos. Entrenó a un grupo de ellos para realizar una tarea muy sencilla, cada vez que uno de ellos recogía una piedra y se la entregaban a uno de los investigadores eran recompensados con un trozo de pepino de agua. Los monos realizaban sus tareas casi inmediatamente pero los científicos, en un momento dado, decidieron premiar a unos monos con uvas en vez de con pepinos. Resulta que en el convenio laboral de los monos capuchinos las uvas tienen mucho más valor que los pepinos así que inmediatamente los monos que estaban recibiendo pepinos se negaron a seguir realizando la tarea y protestaron con vehemencia exigiendo el mismo pago que sus compañeros (3).
Se puede establecer una analogía entre el comportamiento de los monos y el de las palomas, una suerte de causa-efecto entre una acción del sujeto y una recompensa, en forma de alimento. Esto no es más que el cumplimiento de una predicción de nuestro cerebro que una vez que ha establecido una relación nos dice lo que va a pasar. Si hago esto puedo esperar que esto otro suceda. Y como, además, eso es lo que sucede, dicha relación se ve reforzada. Bien, una forma sencilla de definir la Justicia sería mediante la máxima «dar a cada uno lo suyo» («suum quique tribuere») pero que, desde el punto de vista del que recibe, se podría expresar como «recibir según lo esperado… o predicho». Y, claro, si hablamos de Justicia lo recibido sería lo justo. ¿Pero qué o quién decide qué es lo esperado y dónde reside lo «justo»? ¿No somos nosotros, en definitiva, quienes establecemos qué podemos esperar y qué es lo «justo» que debemos esperar? ¿Y no podríamos afirmar que lo justo no es otra cosa que una predicción de nuestro cerebro y que la Justicia no es otra cosa que el cumplimiento de dicha predicción? ¿Y no sería entonces la Justicia la consecuencia inevitable de nuestra propia biología?
J. Oliván
(1) https://www.youtube.com/watch?v=19Iqv1SPOu0
(2) ¿Podríamos decir que la primera paloma es más inteligente que la segunda sólo porque entendemos que la segunda paloma está equivocada? Estar equivocado no implica ser menos inteligente.
(3) http://www.ted.com/talks/frans_de_waal_do_animals_have_morals?language=es#t-990218