24/05/2020 – Viaje (imposible) a otros mundos

 

La ciencia ficción nos ha hecho creer que el hombre tiene solución a todos sus problemas, incluso a los que crea él mismo. Un plus de engreimiento que añade un halo de miopía a su visión del futuro. Desde que a mediados del siglo XIX, Julio Verne escribiera sus increíbles Viajes Extraordinarios (al centro de la Tierra, en globo, submarino, a la Luna, etc.), la imaginación humana se ha desbordado y ha pasado de la incredulidad a la soberbia. Hace 160 años se equivocaban al no creer en las posibilidades humanas y hoy nos volvemos a equivocar sobrevalorándolas.

 

Cuando nuestro planeta se haga inhabitable, lo que ocurrirá, al paso que vamos, mucho antes de que el Sol se convierta en gigante roja dentro de 5.000 millones de años, ¿podremos salir en busca de nuevos mundos planetarios? Siento ser pesimista, pero la imposibilidad parece insalvable.

 

La Tierra es limitada en todo, especialmente en recursos naturales y energéticos. Construir una nave a modo de arca de Noé es, sencillamente, imposible. Llegar al planeta habitable más cercano, en Centauro, nos llevaría 76.000 años a la velocidad de la sonda espacial más rápida hasta la fecha: la Voyayer 1. Porque hemos teorizado la posibilidad de alcanzar la velocidad de la luz (Centauro se encuentra a 4,3 años/luz), pero es imposible con la tecnología actual ni con la soñada (se estima que nos permitiría alcanzar el 0,02% de dicha velocidad, unos 6.000 Km/s). Pero hay otro problema que no hemos resuelto. A la velocidad de la luz, la materia se convierte en energía, pero parece poco probable que al disminuir la velocidad, la energía se transforme en la misma materia que era antes, un ser humano, por ejemplo.

 

Para poder sobrevivir por miles de generaciones en el espacio intergaláctico, habría que transportar, al menos, un millar de humanos e ingentes cantidades de plantas y animales, por el riesgo de que una epidemia pueda acabar con especies enteras. Podríamos sustituirlas por millones de células madre capaces de producir carnes, verduras y cereales sintéticos, lo cual también requiere de mucho alimento. ¿imaginamos una vida sin animales en nuestro entorno? ¿Es posible?

 

Habría que embarcar, también, ingentes cantidades de combustibles y baterías, incluso en el caso de que pudiéramos domesticar la fusión nuclear. Y aire y agua limpios por miles de toneladas. Una nave de este calibre requeriría para su construcción, de enormes cantidades de metales, carbono, plásticos y otros elementos y, otra vez, de energía. Deberá embarcar millones de piezas de repuesto y fábricas enteras en producción.

 

Habrá gente que ya haya encontrado la solución en la minería de la Luna. Siento decirles que las necesidades energéticas para ello son tan grandes que lo hace inviable. Conviene saber que el pico máximo de extracción de petróleo, uranio o carbón ya se ha producido o están cerca de ocurrir. En 80 años estarán agotados y no parece un periodo suficiente para tener preparada una meganave espacial. Pero antes de 80 años, la tensión en precios y en el poder de poseer las escasas reservas habrá llevado a guerras generalizadas. En escasos 200 años (6 generaciones desde el siglo XIX) habremos consumido todas las reservas energéticas fósiles de la Tierra, almacenadas durante millones de años y propiedad de la humanidad en toda su existencia de miles de años.

 

Por otra parte, ¿permitirá el resto de la humanidad que una pequeña selección abandone la tierra con el fin de salvar la humanidad llevándose los escasos recursos que queden en el planeta? Parece muy difícil, incluso contando con ingentes fuerzas represivas.

 

La salvación en la Tierra tampoco es posible. Si algo ha demostrado la historia de nuestra especie humana es que es altamente depredadora. Casi todas las especies animales, vegetales y humanas que se han cruzado en su camino han ido extinguiéndose. El Cromañón lleva grabado en su ADN dos poderosas fuerzas. Una es la tribal, por la cual somos capaces de defender irracionalmente (o instintivamente, como prefiramos), y hasta las últimas consecuencias, a aquel grupo humano al que pertenece, o cree pertenecer. El otro, común al resto de los animales, es la visión cortoplacista. Debemos sobrevivir hoy, el mañana está muy lejos. La planificación no llega más allá de unos cuantos días.

 

La primera garantiza que el hombre esté permanentemente en guerra. La segunda incita a la acumulación obsesiva e irracional. Estos marcadores genéticos sólo pueden ser superados con un elemento: la educación. Algunos países han apostado, tímidamente, por educar en los valores de la colaboración y convivencia. Es muy difícil, sin embargo, que prosperen en un mudo dominado históricamente por imperios belicistas (perdonen la redundancia imperio-belicismo).

 

Los grandes poderes hace siglos que conocen el poder de la información, que han controlado desde los confesionarios, los rumores, los boletines oficiales o los medios de comunicación, tan potentes actualmente, que todos llevamos uno en el bolsillo. Así, quienes han acumulado riquezas, usan el poder de la publicidad para exacerbar esas dos fuerzas genéticas que rigen nuestro comportamiento instantáneo. Y la educación no ha quedado fuera de este juego. Está siendo esencial para que toleremos este funcionamiento del mundo, con ricos y pobres, con lujos y miserias, con derroche y escasez, con esclavitud y odio racial, sexual o político. La violencia, las guerras, el enfrentamiento… son necesarios para que se siga manteniendo el actual sistema de competición humana y división por status económico.

 

Sin embargo, en la Tierra hay un ejemplo que nos puede dar esperanza. No lo aporta el hombre. Se trata de los bonobos y los chimpancés, dos especies de primates que provienen de la misma especie, pero que evolucionaron de forma inversa gracias a que la caprichosa naturaleza decidió en el Pleistoceno retorcer y resquebrajar las tierras africanas, colocándoles una barrera insalvable entre ellos: el río Congo. Así, mientras los chimpancés evolucionaron a semejanza de los humanos: de modo competitivo y violento; los bonobos lo hicieron de modo colaborativo, pacifico y placentero. Es, por tanto, posible corregir a la genética, sólo hace falta cambiar el entorno por otro pacífico y colaborativo. Si quieren ahondar más sobre este caso, vean el artículo “Los chimpances no son feministas”.

 

La supuesta nave espacial debería seguir un estricto protocolo de gestión de la escasez: consumo mínimo, control exhaustivo de residuos y reutilización y reciclaje del 100%, ahorro energético extremo y movilidad reducida, control de calidad del aire, ausencia de propiedad privada, gestión y planificación colectiva por el interés común (no individual) y colaborativa al 100%, etc. Todo esto no será posible sin una educación preparatoria en este sentido. Si no nos queda más remedio que hacerlo tarde o temprano, ¿por qué no lo hacemos ya y así podremos vivir muchos más años en este planeta?

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