A LA GLORIA DE TODA LA HUMANIDAD
LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD
«La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Eduardo Galeano
Caminando hacia la utopía
La aspiración profunda de todo ser humano en cualquier momento ha sido el progreso moral y material. Porque uno no puede darse sin el otro, moral y tecnología avanzan empujándose mutuamente. Modernizando la sociedad al librarla de los viejos perjuicios, de las anacrónicas formas de hacer las cosas, permitiendo la generación de una mayor abundancia, semilla de nuevas relaciones sociales. Por eso hay que atreverse a imaginar cómo queremos que sea el futuro. Cada uno de nosotros tiene la obligación de cambiar el mundo para mejorarlo, de tomar lo que le ha sido dado y perfeccionarlo para la siguiente generación. La utopía debería ser el despertador que suena al amanecer para desperezarnos del último sueño. ¿Porque qué otro motivo, salvo la utopía, tiene la fuerza suficiente para lanzarnos al mundo las mañanas frías?
Si, camino de la rutina, somos capaces de ver más allá de los ojos pasmados por la madrugada veremos que tras ellos late siempre la esperanza en el futuro. Y si somos capaces de transmitir a esos otros ojos nuestro propio latido veremos que brota una sonrisa sincera, cómplice, fraterna, de mutua confianza en el porvenir. Porque somos la especie optimista y por muy oscuro que sea el día, o por muy amargo que sea el trago, siempre habrá dentro de nosotros la chispa de la resurrección.
El futuro tiene su antecedente en el presente y no será lo que sea que tenga que ser sino lo que ahora hayamos hecho que sea. Hay que pensar la utopía, atreverse a imaginar el futuro y a detallarlo, si es preciso, negro sobre blanco, para que este pueda ser. Tenemos que emocionarnos con su construcción y convertirnos en sus mentes creadoras. E importa muy poco lo imposible que parezca o lo lejos que se nos antoje porque, con frecuencia, las cosas están más cerca de lo que parece cuando salimos en su busca.
¿Hay libro más real que el de nuestra propia vida, y no debería ser su protagonista el que escribiese todas sus páginas? ¿o hay otro mundo, del que no teníamos noticia, al que podremos ir si ocurre un milagro? La utopía no es un no-lugar, es un destino. Es un futuro que alcanzar pero también es la fuerza que nos permite alcanzar dicho futuro. Y si perdemos esta convicción lo habremos perdido todo, incluso a nosotros mismos.
Aunque estas palabras desordenadas puedan sonar ahora vacías, como el traqueteo de una verdad evidente, aspiran a florecer, llenas de significado, en el momento justo en el que sea necesaria una verdad profunda. No encerremos la utopía en la ideología, o en el sueño de otro porque la utopía es nuestra, de cada uno de nosotros y nos pertenece, además, por derecho propio. Nos pertenece porque nuestra vida camina siempre, sin paradas, en pos de ella y sólo cada uno de nosotros somos dueños de ella. Quien nos la arrebate nos estará robando aunque pretenda que nos la regala.
Este texto extraño, entrañoso, no tiene otra aspiración que ser pieza de puzle cuyas frases vayan rebotando hasta encajar donde tengan que encajar. Y no encierra otra verdad que decir que el futuro, sea cual sea, es nuestro. El futuro es nuestro. Y eso es una gran responsabilidad porque ya estamos llegando tarde a imaginar uno mejor.
J. Oliván
