12/05/2022 – Los aromas de la masonería

 

Los aromas de la masonería

Dos hermanos masones, Aprendiz y Maestro, entraron a la biblioteca de la logia y el aroma a libro antiguo sorprendió al más novato.

– “Hermano, creo que este es el aroma más característico de nuestra Orden. El del libro antiguo, que perdura y que trae a mi nariz un olor que relaciono con la sabiduría y la perdurabilidad en el tiempo.

El maestro, sonriendo con cariño, se acercó hasta la mesa del hermano encargado de la biblioteca, cogió un tomo recién recibido y se lo entregó al Aprendiz.

– “Ábrelo y huele”

– “Me gusta el olor a nuevo, de estreno, pero prefiero el que despiden los libros viejos.

El Maestro, colocando el tomo otra vez en su sitio, replicó al Aprendiz:

– “Que duda cabe de que nuestra Orden basa su existencia en una larga tradición de siglos. ¿Pero qué sería de nosotros si no fuésemos capaces de adaptarnos a los nuevos tiempos? El cambio y el progreso también forman parte de nuestra esencia. Todos los libros que hoy despiden ese aroma que te embriaga, tuvieron otro muy diferente alguna vez.

Asintiendo ante las palabras del Maestro, el Aprendiz le invitó a pasar primero por una puerta que daba al jardín trasero del templo. Las lluvias de la noche anterior habían sido abundantes y un notable olor a hierba fresca inundo las narices de ambos hermanos. El aprendiz se apresuró a observar:

– “Mmm. ¿No hueles a vida, hermano? Si cierro los ojos, veo crecer la hierba, como la Orden. Multipliquémonos como las espigas de trigo hasta los confines del mundo, porque nuestros principios deberían conocerse en todos sitios.

El Maestro se agachó lentamente y, tomando un puñado de tierra que acercó hasta su nariz, comentó:

– “Me parece una sabia observación, hermano. Pero el petricor nos recuerda que debemos enraizar bien nuestras bases para que esas espigas crezcan fuertes y lozanas. De nada serviría multiplicarse sin control, porque los landmarks de la Orden deben servirnos de guía. Piensa en olor que desprende un campo al ser labrado lentamente por dos bueyes. ¿Acaso no tarda bastante tiempo en invadir nuestro olfato?

Persiguiendo la fragancia de un rosal cercano de flores rojas, el Aprendiz dijo:

– “Pero los humanos, al igual que los rosales, huelen todos diferentes. ¿Cómo es posible mantener esos landmarks inmutables?”.

– “Tienes razón – asintió el Maestro pidiendo a su hermano que cerrara los ojos mientras acercaba una rosa blanca de otra planta cercana para que la oliera -. ¿Pero acaso no hueles la esencia en esta rosa diferente que he acercado a tu nariz? Todos los masones compartimos los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad. En todas las Logias serás acogido de buen grado y todos tus hermanos te reconocerán con los toques y signos. Hay cosas que nunca cambian y eso permitirá a la Orden llegar a ser eterna en el tiempo.

Ambos conversaban paseando por el jardín bajo un sol que ya empezaba a calentar con fuerza. Un hermano amante de la jardinería, acostumbrado a conservar el patio trasero, se encontraba arrancando mala hierba en los cantos del camino empedrado. Al pasar a su lado, Maestro y Aprendiz percibieron el fuerte olor a sudor del que estaba laborando. El más veterano salió al paso:

– “Creo que los masones debemos impregnar nuestra pituitaria de olores como este. Aunque en un primer momento pueden resultar desagradables, el trabajo bien realizado siempre es una satisfacción. A la Orden le queda mucho por hacer y es nuestro deber trabajar por los principios de mejora y progreso de la humanidad”.

El Aprendiz, con el gesto torcido por el olor a sudor mezclado con tierra comentó:

– “He de confesarte, querido hermano, que tiendo a huir de los malos olores porque me desagradan. Sin embargo, tienes razón que nuestra labor y dedicación nos obligará a soportar estos y peores aromas”.

Con ánimo de aprobación, el masón más veterano añadió:

– “Sin duda, los peores olores que llegarán a tu nariz en esta vida serán culpa de los humanos. Si no, que le pregunten a los vietnamitas cuando el olor a napalm les anunciaba la muerte. Y si pudieran hablar, ¿qué dirían las ovejas que se niegan a beber de un río, al final del periodo estival, en cuyo cauce no hay depuradoras? Desde luego, esos aromas son los que nuestra orden debe combatir sin descanso.

– Además – dijo el Aprendiz – como ya dejó escrito Rousseau en Emilio o De la educación hace más de 250 años, ‘al salir de ciertas bocas, la misma verdad tiene mal olor’, como nos recuerdan los episodios de persecución de la masonería en España, en Rusia y en muchos otros lugares a lo largo de la historia.

Al abrigo de su olfato, ambos hermanos se dirigieron hacia la salida del recinto y se despidieron. De regreso a casa, por el camino entre el bosque y los acantilados de la costa, varias ráfagas de viento embriagaron al joven Aprendiz con mezclas de mil olores. Arena, salitre, hierba fresca, animales, flores, árboles… Aromas que imprimieron en su nariz esa diversidad que también existe en la Orden de los Masones.

 

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